Castigos, justicia y educación
P. Fernando Pascual
23-3-2019
Los castigos bien entendidos
están en relación con dos ideas fundamentales: la justicia y la educación.
En primer lugar, un castigo
busca restablecer la justicia. Ha habido un daño, una infracción, un desorden,
un acto contra la convivencia.
El castigo sanamente orientado
busca reparar los daños de la víctima o víctimas, al mismo tiempo que
"quita" al culpable lo que no merecería tener.
En segundo lugar, un castigo
busca educar. Quien ha cometido una falta contra la justicia no solo ha
provocado daño en otros, sino que ha manchado su mismo corazón.
Por eso el castigo tiene una
dimensión educativa, en cuanto impulsa a curar una deformación interior, y
promueve el bien y la virtud que facilitan las acciones justas.
Ha habido y hay abusos en los
castigos, como en casi todos los ámbitos humanos. Porque a veces el castigo
está rodeado de odio, de espíritu de revancha, de "excesos" que
olvidan el verdadero sentido de un buen castigo.
También hay
"defectos" en los castigos, cuando son tan leves que ni reparan los
daños de las víctimas, ni tienen fuerza para educar a los culpables.
El equilibrio no es fácil. Un
buen juez trabaja por orientar su sentencia hacia esos dos polos (restablecer
la justicia, ayudar a la educación) del mejor modo posible.
Puede equivocarse por exceso o
por defecto. Pero al menos se esfuerza por alcanzar lo mejor para todas las
personas implicadas.
También en la Iglesia hay
castigos que tiene un sentido medicinal, que buscan promover la justicia y
curar a los culpables, sin olvidar que el único que puede acertar siempre en
los castigos es Dios, que al mismo tiempo ofrece la misericordia a los que se
arrepienten y buscan reparar sus faltas.
En ese sentido, se entiende aquel
texto de san Pablo: "Mas, al ser castigados, somos corregidos por el
Señor, para que no seamos condenados con el mundo" (1Co 11,32).
Ciertamente, es mejor buscar
la justicia desde el amor, sin miedo al castigo, con libertad interior. Pero el
realismo de la vida y la debilidad humana nos hacen ver la necesidad de
castigos que ayudan a alejarnos del mal.
Cuando los aplicamos y
acogemos de modo adecuado, los castigos promueven una mejor convivencia humana,
al reforzar el respeto a la justicia, y al curarnos de debilidades que pueden
apartarnos del buen camino.