El don de una familia
P. Fernando Pascual
12-3-2019
Tener una familia es un don
maravilloso. Saberse conocido, en casa, entre unos padres y unos hermanos,
abuelos y otros familiares. Tener un apellido, entrar en una historia,
compartir penas y alegrías.
No todos tienen ese don. Unos,
porque nacieron en situaciones especiales, con la ausencia del padre o con la
pronta desaparición de la madre. Otros, porque por diversos motivos nunca
llegaron a unirse en un matrimonio desde el amor abierto a la vida.
Por eso, quienes disfrutan de
una vida familiar bien llevada, no deberían acostumbrarse a las mil situaciones
maravillosas que ocurren en su hogar, sin olvidar que también se producen horas
o días en los que el dolor se hace presente bajo el mismo techo.
En la familia, los esposos
construyen relaciones de donación y de entrega, de sacrificio y de alegría, de
disponibilidad para con los hijos y con los mayores.
Los hijos aprenden, desde
pequeños, lo hermoso que es la vida desde la sonrisa de sus padres, sobre todo
de la madre, y, cuando hay otros hermanos, desde la convivencia con los que han
nacido antes o después.
Los abuelos rejuvenecen y
sienten la dicha de ver cómo la transmisión de la vida sigue en los hijos de
los hijos. Aunque las fuerzas empiezan a flaquear, surgen energías interiores
para dar una mano a los padres en tantas ocasiones que se van presentando.
Sí, es un don maravilloso
vivir en familia. Un don que el mismo Dios quiso tener para sí, cuando el Hijo
se encarnó y vino a compartir la experiencia de crecer y ser acompañado desde
pequeño en el hogar donde brilla su Madre, la Virgen María, y donde trabaja
quien hace las veces de su padre, el sencillo y fiel José.
Por eso, damos gracias y
doblamos las "rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en
el cielo y en la tierra" (Ef 3,14‑15),
por el don de tener unos padres y unos hermanos con los que recorrer esa
hermosa aventura de la existencia que inicia en la tierra y nos prepara para
vivir eternamente en el cielo.