CATÓLICA, APOSTÓLICA … Y PROFÉTICA (IV)
Padre Pedrojosé Ynaraja
He puesto el acento en la
importancia que tienen los profetas. Sin menoscabar su importancia, he decidido
hoy acabar con el tema.
Nuestra cultura admira a los
hombres simpáticos, a los vencedores, a los campeones. Generalmente, no se
encontrará profetas entre ellos. En primer lugar, no hay que buscarlos en las
comisiones comisionadas para cumplir con una comisión, tampoco en los miembros
del staff que rodea siempre a quien gobierna, el profeta resulta siempre
incómodo.
A los profetas se les margina y
hasta llegan a ser condenados, si conviene y sin remordimiento alguno. Estos
erróneos procederes serán visibles pasado un cierto tiempo, cuando ya no hay
remedio. Estos días, las crónicas de la reunión de los 190 escogidos para
analizar y decidir respecto a los delitos de pederastia, dan buena prueba. El
proceder que ahora se hace público, fue consecuencia de prudentes decisiones,
sin ninguna intervención profética. En molestas situaciones, el gobernante no
acude a quien considera hueso dislocado, que amargaría su existencia. Prefiere
la opinión de aquel que le aconseje ocultar si no es posible borrar la
infracción.
Pese a que considere la existencia
y la función profética un carisma fundamental, trascendente y único, hay que
advertir que probablemente ni él mismo sujeto será consciente de que Dios le ha
escogido para tal proceder.
Si dejarse aconsejar por un profeta
implica riesgo para quien gobierna, también el propio profeta, manifestando su
interna visión, arriesga su prestigio, llegando a exponerse a ser marginado
totalmente, incluso castigado, por expresarse con honradamente.
El profeta sufre intensamente un
conflicto interior. Pese a que se sienta obligado a hablar de acuerdo con la
vocación a la que es llamado, implica gran y meritoria valentía. Para el
ambiente que le rodea, también supondrá posible tropiezo y estar dispuesto a
aceptar involuntaria equivocación. Recuérdese al respecto los testimonios
personales de Jeremías, Elías, Eliseo y Amós.