Hermanos por tener a Dios como
Padre
P. Fernando Pascual
28-2-2019
Es hermoso constatar, como
enseña la Carta a los Hebreos, que Cristo nos llama y nos trata como hermanos,
nos une a Sí por lazos de amor tan profundos como los propios de una familia
(cf. Hb 2,9-18).
Todo ello fue debido al Amor.
Un Amor dispuesto al sacrificio y la entrega total. Un Amor que da la vida. Un
Amor que rescata al esclavo, que perdona al pecador, que vence a la muerte.
Por eso, el Nuevo Testamento
usa continuamente las palabras "hermano" y "hermanos"
cuando habla de quienes compartimos la misma fe, hemos recibido el mismo
bautismo, y comemos del mismo Pan de vida.
Si somos hermanos, es que
tenemos un mismo Padre. Por eso, también Jesús nos enseñó a llamarle así:
"Padre nuestro". La idea ya estaba presente en el Antiguo Testamento:
"¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo
Dios?" (Ml 2,10).
Tras la venida de Cristo al
mundo, la paternidad de Dios brilla de un modo especial, sea en las enseñanzas
de Jesús, sea en la conciencia de los Apóstoles y primeros discípulos.
De ahí que sea necesario
cantar y alabar al Padre con himnos y acciones de gracias. "Gracia a
vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,2‑3).
Somos hermanos, por lo tanto,
por tener a Dios como Padre. Es el Padre del Hijo y es el Padre de nosotros,
que somos Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Iglesia santificada por la Sangre
del Cordero.
Por eso estamos llamados al
amor mutuo, a la entrega generosa hacia los que participamos del mismo Cuerpo y
Sangre de Cristo. "En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos,
sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes" (1P
3,8).
Lo único que nos debemos es el
amor, un amor sin límites, un amor que perdona, que soporta, que excusa, que da
la vida (cf. 1Cor 13). Porque así nos amó el Hermano de todos, el Hijo
del Padre e Hijo de María, el que nos ha permitido llegar a ser hermanos
gracias al bautismo recibido en su Iglesia.