Riesgos malos, riesgos buenos
P. Fernando Pascual
8-2-2019
Si el borracho se acerca a un
bar corre un gran riesgo de entrar y emborracharse. Si quien tiene ludopatía
enciende su computadora y busca juegos nuevos, se pone al borde del precipicio
interior. Si quien sufre por escozor en la piel empieza a rascarse, fácilmente
se provocará heridas.
La lista de situaciones de
riesgo envueltas en peligros más o menos graves es larguísima y depende de cada
persona. Porque para unos ponerse un poco de azúcar en el café no implica
ningún peligro, pero para otros esa misma azúcar, a veces muy deseada, puede
provocar problemas serios de salud.
Junto a los riesgos que
podemos llamar malos hay riesgos que asumimos porque deseamos hacer el bien,
invertir sanamente nuestras energías y cualidades, estar cerca de quienes
necesitan un poco de cariño y de medicinas.
En cierto modo, la mayoría de
los lugares a donde vamos o las acciones que escogemos tienen un cierto séquito
de riesgos. La mayoría de las veces, riesgos sencillos y casi despreciables,
como cuando bajamos una escalera. En otras ocasiones, riesgos más relevantes,
como cuando vamos a visitar a un familiar o amigo que padece una enfermedad
contagiosa.
Como los riesgos son ineliminables, lo que nos toca es reflexionar sobre qué
riesgos asumimos y por qué motivos. Un riesgo que surge por culpa del egoísmo,
la pereza, la avaricia, la lujuria, no debería ser aceptado. Un riesgo que
inicia gracias al deseo de amar y servir a otros es un riesgo que vale la pena.
En este día, tengo ante mí
cientos de opciones. Lo importante es pedir ayuda a Dios para reconocer las que
llevan a amar y servir a otros, y fuerza para acometer las que estén
acompañadas por riesgos "buenos" y aceptables, porque los
afrontaremos precisamente desde el deseo de darnos a los demás.
¿Qué riesgos asumiré este día?
¿Cómo emplearé mi tiempo, mi corazón, mi salud, mis bienes materiales? Ojalá
desde una perspectiva auténticamente sana, orientada al amor y a la justicia.
Esa perspectiva me llevará a
apartarme de riesgos malos (los que acompañan al pecado), y a acoger serena y
heroicamente riesgos buenos, con la actitud abierta y confiada ante lo que
luego Dios decida para mi propia vida.