SMARTPHONE
Padre Pedrojosé
Ynaraja
Uso y no
me opongo al Smartphone, pero no me dejo dominar, lo llevo conmigo para que en
cualquier lugar, pueda responder si solicitan mi servicio. Lo que no acepto es
que se caiga en una dependencia que no se merece, que se acumule todo en él y
que si lo pierde o estropee se sienta el propietario el humano más desgraciado
del mundo.
Siempre
ha habido algún objeto que quien no lo tiene se siente discriminado. Fue en
otros tiempos un balón, la bicicleta y hasta la simple pluma estilográfica.
Este minúsculo artilugio dividía a los alumnos. Al entrar en la clase se
evidenciaba la situación económica. Los más necesitados disponían de plumín con
mango y el tintero y los de familia pudiente se distinguían por el uso de la
estilográfica y por su marca, disponer de lápiz Faber o de pluma Parker,
situaba al alumno en un podio.
Una joven
me contaba que en su clase era la única que no tenía móvil, desgracia y amarga
situación la suya. Dejar que el aparatito, hablo ahora del móvil, se haga dueño
y señor y caer en el ensimismamiento, mirándolo continuamente, es inhumano.
He
prescindido del matrimonio, de la paternidad y de los goces de una compañía
femenina, pero no quiero ser esclavo de un aparato, pese a que admire su
tecnología. Quedo embelesado si lo abro y puedo ver sus “tripas”: los diminutos
condensadores de tantalio, cuya extracción seguramente ha supuesto tantos
injustos trabajos de menores, los cristales de cuarzo, domesticación de
oscilaciones de frecuencias, el pequeño micrófono de condensador, el misterioso
chip capaz de almacenarlo todo, la chica pila de gran capacidad…Miro y recuerdo
los regordetes electrolíticos, el huir de las trasmisiones de radio, que el
cuarzo disciplina, los micrófonos de carbón, las pilas de Leclanché….
me maravillo viéndolo y recordando. Lo guardo sujeto en el bolsillo, para
servirme de él cuando lo precise, sea como teléfono, agenda, enciclopedia o
texto de la Plegaria. Cada cosa a su tiempo y si conviene, sin sentirme esclavo
de él.