Injusticias en nombre del
igualitarismo
P. Fernando Pascual
20-1-2019
Es loable, incluso necesario,
respetar aquella igualdad con la que deben ser tratados los seres humanos
cuando reconocemos su valor intrínseco.
Es problemático, incluso
dañino, incurrir en el igualitarismo que se autopresenta
como búsqueda de igualdad cuando, de hecho, atenta contra ella.
¿Cuándo ocurre eso? Cuando
bajo la bandera de la igualdad se impide a una persona competente acceder a un
puesto de trabajo o un servicio público por dar un privilegio especial a una
persona no competente para ese puesto.
Por ejemplo, imaginemos el
caso de una persona concreta que podría colaborar profesionalmente y con
competencia un puesto de trabajo para el bien de una empresa de transportes.
El igualitarismo otorgaría tal
puesto de trabajo a otra persona menos competente, o incluso incompetente, con
la excusa de la igualdad de sexos, o de edades, o de razas, o de lenguas, o de
nacionalidades, o de otros criterios más o menos variables.
Una sociedad funciona según
justicia cuando trata a los iguales como iguales y cuando reconoce que hay
desigualdades (de edad, de competencia, de habilidades) que son parte de la
vida y que no implican ninguna injusticia.
Ciertamente, si una sociedad,
durante años, ha impedido el acceso a puestos de trabajo a algunas personas por
tener ciertas características que no deberían ser consideradas a la hora de
contratarlas, hay que buscar cómo superar esa situación de injusticia.
Pero incluso ante esas
situaciones, no es lícito dejar a un lado a las personas competentes para
promover a personas que todavía no tienen la necesaria aptitud para realizar
trabajos concretos.
Es importante evitar cualquier
tipo de injusticia en nombre del igualitarismo arbitrario; como también hay que
evitar cualquier injusticia basada en criterios que lleven a marginar o excluir
a quienes tienen habilidades con las que merecen acceder a puestos de trabajo o
de dirección para un mejor servicio de la sociedad.