Martirologio Romano
Padre Pedrojosé Ynaraja
El Vaticano II supuso la
ventilación de muchos ámbitos religiosos, que existían encerrados en los
gruesos muros de antiguos hábitos y costumbres, alejados del espíritu
cristiano. Iluminó el Concilio con sus documentos doctrinas viejas, que
descubrieron nuevas perspectivas dogmáticas. Aquellos días, meses y años,
supuso para los que nos sentíamos conectados con sus sesiones, una nueva
atmósfera de vivencia de la Gracia. Mas que el
“sentiré cum ecclesia” ignaciano, aquello era el
“sentir la Iglesia” en nuestros espirituales pulmones, que oxigenaban nuestra
Fe.
Quedaron los documentos y
disposiciones. Se renovaron y perfeccionaron los libros de uso litúrgico, que
con cierta prisa se editaron, de aquí que precisaron pronto de nuevas
ediciones. Misal, sacramentario, bendicionario y
liturgia de las horas, son la casi totalidad.
El último en aparecer fue el
Martirologio Romano. Le habían precedido iniciativas anteriores, que se
conservaban en polvorientas bibliotecas, las iniciales restringidas a
territorios limitados, más tarde algunas se hicieron más extensas, hasta llegar
a ediciones que debían ser católicas, es decir universales.
Desde sus inicios, y pese al
título, tales catálogos o listas, no se habían condicionado a solo mártires, ni
a exclusivamente de la ciudad de Roma. Pero los criterios de enumeración no
fueron excesivamente críticos y exigían nuevos estudios.
LOS BOLANDISTAS
La seria iniciativa de los
bolandistas era lenta y tampoco no se precisaba tanta profundidad y esfuerzo,
como los tales ponían para sus estudios.
Interrumpo el texto para copiar la
definición de bolandistas, que muchos lectores desconocerán y la distinguida
iniciativa merece que se conozca. Lo que aparece entre comillas se debe a la
insigne Wikipedia: “Se designa con el nombre de bolandistas al grupo de
colaboradores jesuitas que prosigue la obra hagiográfica iniciada en el siglo
XVII por el sacerdote Jean Bolland (1596-1665) en
Amberes, dedicada a la recopilación de todos los datos posibles sobre los
santos católicos.
Fue su precursor Heribert Rosweyde (1564-1629),
que en 1607 publicó en Amberes Fasti Sanctorum,
introduciendo la idea de la metodología que emplearán los bolandistas: estudio
detallado de las fuentes y manuscritos para descubrir la veracidad de las
narraciones”.
Como puede suponerse, de estos
estudios tan científicos, creo recordar que no han llegado al centenar los
santos estudiados, me limité a interesarme por San Jorge, el Megalomartir, que confieso, no salía demasiado bien parado,
es decir, que las noticias ciertas sobre él eran escasas, pese a al extendido
culto y patrocinio de asociaciones, estados y movimientos.
LEER ANTES DE LA MISA
Vuelvo a lo anterior y que
corresponde al titular del presente artículo. Se editó el Martirologio en
lengua latina y lo compré de inmediato. Poco uso hice de él. Me limitaba a
comprobar días de celebración y algún otro detalle. El poco latín que aprendí
en el bachillerato y en el seminario, lo he olvidado bastante, por lo que su
consulta me resultaba algo incómoda. Apareció la edición en castellano y fue
muy diferente mi actitud. Cada día, después de la recitación de la liturgia de
las horas, lecturas, laudes y tercia y antes de celebrar misa en mi iglesita,
lo leo, me entero de la gloria de muchos territorios que he visitado y en los
que únicamente me había fijado en monumentos y ahora en cambio y ahora medito
los testimonios venerables, algunos imitables, otros imposibles de repetir.
El Martirologio romano es una buena
preparación para la liturgia eucarística. ¿Qué y quiénes aparecen en este
libro? Por diversas circunstancias personales, llámesele ocupado en otras cosas
que no puedo dejar ahora, me limito a decir que aparecen los santos que
universalmente fueron aceptados, sin que tal catalogación sea dogma de Fe, es
decir que no están todos los que son y seguramente sí que son todos los que
están.
TAGAMANENT
Vaya para acabar un ejemplo respecto
a lo último. Resido en un municipio que tiene por nombre Tagamanent.
El tal corresponde al de un castillo y una parroquia dedicada a Santa María. De
este baluarte político militar se alejó un día un jovencito perteneciente a la
familia noble que allí mandaba hacia el Monasterio de San Juan de las Abadesas.
Tal es el nombre de la población municipal hoy en día. Se distinguió por su
bien hacer, por su bondad, por su santidad. Recibe allí y por su entorno, el
nombre de Beat Miró de Tagamanent. Su sepulcro es
auténtico y precioso. Ocupa un lugar distinguido en el tal monasterio, que hoy
es simple parroquia. Tiene una calle dedicada en el lugar y se le celebra allí
su fiesta el 11 de septiembre, si es que todavía esto ocurre. Ahora bien, que
nadie busque a tal santa persona en el catálogo al que me vengo refiriendo. Se
guarda buena memoria de la persona, que existió sin duda y se conserva su
sepulcro, pero no se propagó su noticia a la Iglesia Universal., de aquí que
esté ausente (continuaré)