La belleza de lo ordinario
P. Fernando Pascual
4-1-2019
Hora de levantarse. Dedicamos
unos momentos para el aseo personal, ordenar ropa y limpiar la habitación. Son
gestos sencillos, sin relevancia aparente, que forman parte de lo ordinario.
Luego, el día queda tejido por
otros momentos que no brillan. Salir de casa, tomar el autobús o el metro,
entrar en el taller o la oficina, las largas horas del trabajo de siempre.
Lo ordinario parece
intranscendente. No brilla como un paseo especial, o como las vacaciones, o
como una visita a un museo nuevo, o como una cita largamente deseada con un
médico especialista.
Sin embargo, la mayor parte de
nuestra vida transcurre en esos momentos ordinarios, en los que muchas veces
ponemos poco entusiasmo porque los percibimos como hechos sin importancia.
Uno de los secretos para
aprovechar a fondo la existencia que recibimos de Dios como un don maravilloso
consiste en descubrir y aprovechar intensamente todo lo que pertenece a lo
ordinario.
Más de uno ha dicho que la santidad
consiste en vivir extraordinariamente lo que es ordinario. Lo cual significa
regar con cariño y esperanza cada instante de nuestras labores cotidianas.
El amor a Dios permite vivir
con intensidad cada momento, hasta rescatarlo de las tinieblas del despiste o
la rutina, para darle el brillo de lo que hacemos con alegría.
Aplicamos así el consejo del
mismo Cristo: no angustiarnos por el mañana, sino vivir el presente para
buscar, ahí, el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,31-34).
Entonces lo ordinario se viste
de una belleza entusiasmante. El corazón disfruta al
planchar una camisa, al esperar a que el agua hierva para el arroz, y al quitar
el polvo que se ha acumulado en la estantería de los libros...