Ante Dios y ante los hombres
P. Fernando Pascual
21-12-2018
Al pensar en la llegada de la
muerte, uno puede hacer un pequeño análisis de cómo ha sido su camino terreno,
sus encuentros con otras personas, su trato con Dios.
Descubrirá tantos momentos hermosos
de amistad, de recibir y dar ayuda, de perdonar y acoger el perdón, de dedicar
unas horas a un amigo o simplemente a un conocido.
Descubrirá momentos más duros:
choques, incomprensiones, rencores, distancias que provocan daños en las
relaciones, a veces durante meses o incluso años.
Ante la vista de recuerdos y
de nombres, uno lamenta el tiempo perdido en asuntos que nos alejaron de los
seres queridos, y siente alegría por el tiempo empleado para los demás.
Surgen también preguntas de
importancia: ¿cómo me juzgan ahora quienes me han conocido? ¿Qué pensarán
cuando sepan que una enfermedad avanza en mi cuerpo y pronto me llevará a la
otra vida?
Los juicios humanos variarán
tanto como las personas y sus modos de reaccionar. Unos sentirán indiferencia.
Otros pena al ver el avance de la muerte de un familiar o conocido. Otros
buscarán un reencuentro para que la despedida sea más serena.
Por encima de los juicios
humanos, quien ve cercana la hora de su muerte piensa en el juicio de Dios.
Después de los pocos o muchos años de existencia, ¿cómo me mira, cómo me ama,
cómo valora Dios lo que he hecho o he dejado de hacer?
Uno sabe que el juicio de Dios
resulta definitivo. Quien ha sufrido por desprecios o condenas injustas y se ha
mantenido en el camino del amor, encontrará en el Padre de los cielos un
reconocimiento de cariño y de misericordia que cura completamente los males
sufridos en la tierra.
Quien tiene manchas en su
historial, pecados e injusticias con las que ha ofendido a Dios y a los
hombres, puede iniciar un camino de conversión para reparar daños sufridos por
quienes aun viven, y para acoger humildemente una
misericordia que vence toda malicia humana.
El continuo avance de la
muerte nos pone a todos ante Dios y ante los hombres. El tiempo del que ahora
disponemos se convierte en un tesoro si aprendemos a vivirlo intensamente, con
un deseo grande de amar al máximo las semanas o los días que Dios nos concede
antes de la llegada de un encuentro definitivo y eterno...