El misterio de cada corazón
P. Fernando Pascual
8-12-2018
Sorprende encontrar
comentarios, conferencias, textos escritos, en los que se juzgan las
intenciones de las personas.
Ocurre en todos los niveles:
en la familia, en el trabajo, en la prensa, en las redes sociales, en los
blogs, en los estudios de "especialistas".
Ciertamente, detrás de cada
acción concreta o comportamiento más o menos estable hay una persona con
tendencias, con gustos, con defectos, con ideas.
Pero es erróneo tener la
pretensión de un saber que permita ir de lo externo a lo interno, porque sobre
las intenciones de las personas nunca podremos tener una evidencia completa.
Algunas miradas y
comportamientos, no podemos negarlo, dicen mucho sobre una persona concreta.
Pero no lo dicen todo, porque lo profundo del hombre solo lo conoce,
plenamente, Dios.
Por eso, un poco de prudencia
y sentido común nos ayudará a evitar juicios sobre lo que hay en cada corazón,
según consejos que encontramos en la misma Sagrada Escritura (cf. Lc 6,37; Jn 7,24; 1Cor
4,5, por ejemplo).
Es bueno, por tanto, dejar a
un lado nuestra tendencia a juzgar a otros. Nos basta con trabajar sobre
nosotros mismos, y ya con eso tenemos mucho que hacer, como aconsejaba en sus
conferencias un monje del siglo VI, san Doroteo de Gaza.
El misterio de cada corazón
humano solo es accesible a la mirada de Dios Padre. Él conoce qué hechos del
pasado, qué presiones del presente, qué ideas y emociones influyen
poderosamente en esa persona que tenemos ante nuestros ojos.
Si nos acercamos a Dios,
aprenderemos a ser más compasivos, más pacientes, más misericordiosos.
Imitaremos así la mansedumbre y la humildad de Cristo (cf. Mt 11,29). Y
seremos mucho más acogedores y abiertos ante quienes viven cerca o lejos de
nosotros.