Tiempo de Adviento
Martha Morales
Con el Adviento preparamos la venida
del Señor, el 25 de diciembre, y la Segunda Venida de Cristo. Por eso decimos:
“¡Ven, Señor Jesús!”. El tiempo de Adviento comienza con las primeras vísperas
del domingo que coincide con el 30 de noviembre. Los domingos de este tiempo
reciben el nombre de domingos I, II, III y IV de Adviento.
El tiempo de Adviento nos empuja a
afrontar la gran figura de San Juan Bautista. Es difícil captar la importancia
de Jesús si no se pasa antes por el baño purificador de Juan. ¿Qué es lo
primero que nos dice este profeta? “¡Conviértanse!”,
en otras palabras, “¡arrepiéntanse!”. Escuchemos hoy sus palabras.
Después de la celebración anual del
misterio pascual (esto es, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo),
la Iglesia nada tiene más antiguo que la celebración del Nacimiento del Señor y
de sus primeras manifestaciones. Esta celebración se prepara con el tiempo de Adviento, que posee
una doble índole: es el tiempo de preparación para la solemnidad de Navidad, en
la que se celebra la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y al mismo
tiempo, por medio de esta recordación, el espíritu se orienta a la espera de la
segunda venida de Cristo al final de los tiempos: esto se llama Parusía. Por
estas dos razones, el tiempo de Adviento se presenta como un tiempo de espera.
Jesucristo pide a sus discípulos
obras dignas de penitencia. El Señor decía que cada día había que tomar la
Cruz, que morir como el grano de trigo. El cristiano debe buscar la penitencia
con alegría. Hay muchos ámbitos en que negarse. Cuanto más me niego, más feliz
soy. Mientras más busco mi placer, más vacío me siento. Se trata de hacer
pequeñas mortificaciones encaminadas a vivir la caridad: sonreír, servir,
vencer la pereza, no perder el tiempo, hacer mi trabajo, sentarme derecho no
medio acostado, hacer amable la vida a los demás, etc.
El Papa Francisco dijo a los presos
en Filadelfia: Todos
sabemos que vivir es caminar. Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere
sanar nuestras heridas, lavar nuestros pies de las llagas de un andar cargado
de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos...
Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no os interroga qué estuvimos
haciendo. Por el contrario, nos dice: “Si no te lavo los pies no podrás ser de
los míos” (Juan 13,9). Si no te lavo los pies no podré darte la vida que el
Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene a nuestro encuentro
para calzarnos de nuevo, con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere
ayudar a recomponer nuestro andar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en
la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos de la vida, sintiendo
que tenemos una misión… Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser
lavados. Todos, yo el primero. Todos somos buscados por ese Maestro que nos
quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca Dios para darnos su
mano… (27-IX-15).
Los seres humanos cometemos errores,
y eso se remedia, en parte, haciendo penitencia y pidiendo perdón al ofendido.
Los medios para obtener el perdón de los pecados son: el arrepentimiento, la
Confesión, la caridad, el ayuno, la oración y la limosna, y la preocupación por
la salvación de los demás. Un ejemplo de esto lo tenemos en Jacinta y
Francisco, los pastorcitos portugueses, dos niños de 7 y 8 años beatificados
por Juan Pablo II, para quienes "ninguna mortificación y penitencia eran
demasiadas para salvar a los pecadores".
A una mística francesa Dios le
reveló: Aun cuando Yo os amo a todos y en todo momento, considero con un amor
particular a aquellos entre mis hijos que están sufriendo. Los miro con una
mirada mucho más tierna y afectuosa que la de una
madre. Te lo digo y repito yo, que hice el corazón de las madres. Contadme cuál
es vuestra pena, pequeños míos que estáis ya en mi corazón… (Gabriela Bossis, 1, 287).
Estamos viviendo una batalla decisiva
y podemos colaborar en ella a través de la oración y la Penitencia. La
penitencia me vivifica. Que no nos tome de improviso lo que Dios nos mande, ya
que nada impuro puede entrar a la presencia de Dios. Hay que ser fiel a las
mociones de Dios que nos dice: “No compres eso”, o “prívate cinco minutos de tomar
agua”, “ora por ese amigo”. En todas sus apariciones del siglo XX, la Virgen
dice que hay que hacer penitencia. La penitencia me ayuda a recibir dentro de
mí el Reino de Dios que está cerca.
Alguien dijo que bastaría que nos
tomáramos en serio una frase de Jesús para que nuestra vida se orientara por
caminos de salvación.