Ser buena persona
P. Fernando Pascual
24-11-2018
La frase aparece en muchos
lugares, con variantes más o menos parecidas: es mejor ser buena persona que
creer en una religión.
La frase muestra su
complejidad cuando se la compara con frases parecidas que podrían ser
elaboradas a su lado. Aquí algunas de ellas:
Es mejor ser buena persona que
amar a la propia patria. Es mejor ser buena persona que tener un determinado
carné de identidad. Es mejor ser buena persona que votar por izquierdas / por
derechas. Es mejor ser buena persona que tener títulos universitarios. Es mejor
ser buena persona que conocer lenguas. Es mejor ser buena persona que pensar
autónomamente.
Cada una de esas posibilidades
(y se podrían añadir muchas más) parecen contraponer el ser buena persona con
algún modo de pensar o alguna característica propia de la gente.
En realidad, contraponer ser
buena persona con la religión, o con propuestas políticas genéricas, o con el
mayor (o menor) amor a la propia patria, resulta problemático.
¿Por qué? Porque parecería que
la búsqueda de la bondad pudiera dejar de lado muchas otras cosas cuando en
realidad es compatible con esas cosas, y en no pocos casos necesita a algunas
de ellas.
Así, un hombre auténticamente
religioso, que busca la verdad sobre Dios y sobre el modo de relacionarnos con
Él, no solo sería buena persona, sino que incluso trabajaría en serio por
mejorar en su vida personal y comunitaria.
Por lo mismo, no es correcto
contraponer el ser buena persona con alcanzar otras calificaciones que son
compatibles con la vida ética. Lo que sí resulta no solo correcto, sino también
necesario, es analizar qué actividades y modos de pensar dañan la bondad de la
gente, y cuáles la promueven y la conservan.