Te deseo lo mejor
P. Fernando Pascual
10-11-2018
Como parte del afecto que
tenemos hacia otra persona, le deseamos, sinceramente, lo mejor.
Queremos que le vaya bien en
sus estudios, en su trabajo, en su familia, en su noviazgo o matrimonio, en sus
relaciones con Dios y con los demás.
Al desear lo mejor a otra
persona, somos conscientes de las mil eventualidades que pueden herir una
existencia y apartarla del bien y de la alegría.
Muchos peligros surgen desde
las decisiones de uno mismo. La lista de posibles malos pasos parece no tener
fin, y luego hay que pagar las consecuencias.
Pensemos, por ejemplo, en un
joven que se entrega apasionadamente a un cariño que le destruye o que daña
también a la otra persona.
O en un esposo o una esposa
que enfrían su vida matrimonial y empiezan una "aventura amorosa" que
luego genera tantos sufrimientos.
O en un hijo que
"asciende" socialmente y poco a poco se aparta y avergüenza de sus
padres porque tienen un origen humilde.
O en un jubilado con buena
salud física y mental que orienta su vida hacia la avaricia, el egoísmo o la
envidia.
Junto a los peligros que
surgen desde dentro, otros muchos vienen de fuera y son parte de la misma vida
humana.
Un accidente de carretera, una
gripe especialmente agresiva, una crisis económica que provoca miles de
despidos, una calumnia lanzada por quien suponíamos era un buen amigo.
Todo es tan frágil, tan
contingente, tan efímero, que parece difícil alcanzar esa felicidad que
anhelamos para nosotros mismos y para nuestros seres queridos.
A pesar de tantas amenazas e
incertezas, deseamos lo mejor a muchas personas. Porque las queremos, porque
buscamos su bien verdadero, porque nos gustaría ayudarlas a superar pruebas y a
crecer en la vida bella.
Por eso, el deseo de lo mejor
está unido a una plegaria sincera a Dios por esas personas. Porque Dios guía
los corazones para apartarlos del pecado y para llevarlos a la conversión
cuando han sucumbido a la maldad.
Porque Dios consuela en medio
de las heridas que llegan de modo imprevisto o poco a poco, e invita a mirar al
cielo y a descubrir una fuente de esperanza que nunca se acaba.
Hoy, como tantas otras veces,
te deseo lo mejor. Que Dios siga a tu lado. Que tu corazón tenga fuerzas para
decir no a las tentaciones y sí a las obras buenas. Que tus seres queridos
encuentren en ti un verdadero apoyo y un ejemplo en los mil avatares de la
existencia humana.