Naipes
bíblicos: el nenúfar
Padre Pedrojosé Ynaraja
El pasaje que menciona
el naipe que hoy escojo para este reportaje, pese a ello, no veo que ninguna de
las traducciones que tengo a mano y he consultado unas cuantas, diga que la
flor que coronaba las columnas sea un nenúfar. Pese a ello no me veo obligado a
abandonar el proyecto semanal para betania.es.
Y antes de continuar
recojo el texto de la carta de baraja, según la traducción de la Biblia de
Jerusalén, que dice así:
(1 R 7,19) Los
capiteles que estaban en la cima de las columnas tenían forma de azucenas,
cuatrocientas en total, colocadas sobre la prominencia que estaba detrás del
trenzado; doscientas granadas alrededor del segundo capitel.
Y continúo advirtiendo
que, buscando mediante el Google, donde todo está y difícilmente a veces
encuentra uno lo que busca, he topado con una edición de la biblia a la que se
llama Renacer NTV, y que desconocía, con estos textos o párrafos:
(2 Cro
4, 1ss) “Construyó también un altar de bronce de veinte codos de largo, veinte
codos de ancho y diez codos de alto. Hizo el Mar de metal fundido, de diez
codos de borde a borde. Era enteramente redondo y de cinco codos de alto. Un
cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había en todo el
contorno unas como figuras de bueyes, diez por cada codo, colocadas en dos
órdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres mirando
al norte, tres mirando al oeste, tres mirando al sur y tres mirando al este. El
Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior. Su
espesor era de un palmo, y su borde como el borde del cáliz de la flor de
lirio. El grosor del mar era de unos 8 centímetros, su borde era acampanado
como una copa y se parecía a una flor de nenúfar” (el fragmento se refiere al
Templo de salomón).
En otro lugar y
escribiendo una presentación al Cantar de los cantares, el autor dice así:
“Las imágenes no
describen, sino que nombran efectos invisibles de las personas amadas. Las
imágenes de la gacela que corre por el árido desierto y la azucena (nenúfar) la
primera flor de las aguas primordiales- son de origen egipcio” (¿ ?).
INSPIRARSE
EN LA NATURALEZA
No quiero comentar lo
que de tales interpretaciones pienso. En el texto bíblico aparece en diversas
ocasiones ejemplos de diversas flores. El diseñador del Templo de Salomón, como
en época contemporánea lo hizo Gaudí, se inspira y reproduce la naturaleza,
escogiendo lo más bello de sus aspectos, que son sin duda las flores y sus
frutos. Ni el del Antiguo Testamento, ni nuestro genial arquitecto, etiquetaron con nombre seguro o científico, lo que después
deberían ejecutar los escultores.
“Aprovechando que el
Pisuerga pasa por Valladolid…” que reza el dicho, voy a detenerme un momento en
comentar el valor simbólico de la belleza de las flores.
Los cielos cuentan la
gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento” dice el salmo (Sal
19,2)
EL
ASOMBRO ANTE UNA FLOR
No ignoro que las
montañas, las del desierto, el Sinaí, y las de los continentes, el Mont-Blanc y el macizo de Montserrat, los glaciares, la Mer de Glace, y los ríos, el
Danubio y el padre Duero, la aurora boreal que tuve la fortuna de contemplar en
mi niñez, tantos y tantos grandiosos ejemplos podría mencionar, me han
interesado e impresionado, los recuerdo y me sorprendieron, pero ninguno de
ellos me suscitó un sentimiento de cercanía de Dios, de su Amor, de su belleza.
Pensé siempre en explicaciones geológicas u orogénicas. En cambio, una humilde
flor silvestre me asombra mucho más.
Cada año me desplazo
kilómetros y kilómetros para poder encontrarme con una pequeña genciana que se
asoma ingenua entre la hierba de la montaña, o busco, con el único interés de
ver y admirar, un edelweiss (alguno he pegado junto a la frase de San Francisco
de Sales: “donde Dios nos plantó, es preciso saber florecer”, fue su lema
cuando le nombraron obispo de Ginebra y ha sido mi acicate en tantas y tantas
vicisitudes de mi vida).
DIMINUTA
ORQUÍDEA
Caminando en primavera
o verano, no dejo de mirar al suelo por si descubro la magia de alguna diminuta
orquídea. Sé que no se pueden comparar con las maravillosas que se encaraman
por entre las ramas de gigantescos árboles por las selvas amazónicas, pero si
las fotografío y saco copia ampliada, algunas de ellas, nada tienen que
envidiar a las de Brasil.
Las verdades que
aprendemos y sepamos, lo que poseamos y atesoremos, nada de esto, por
interesante que nos sea y ambicionemos conseguir, nos pueden trasportar a las
realidades eternas a las que aspiramos esperanzados. Solo el Amor atravesará la
barrera de lo Trascendente, solo la belleza, cualquier belleza, nos permite
vislumbrar algo de la realidad sempiterna a la que estamos invitados.
FLOR DE
LOTO
Por honradez y deseo de
corresponder al título y al naipe de la baraja bíblica, adjunto algunas
fotografías de nenúfares, bastante mustias por cierto, las saque este mes de
octubre. También una de loto, la he copiado. No estoy seguro de haber visto
alguna flor de loto, creo recordar que en las aguas del Hule había algunas,
pero fue tan rápida la única visita que hice a este pequeño lago, situado entre
las cataratas del Jordán, en las proximidades de Banias,
y el mar de Tiberíades, que no puedo asegurarlo. Según
tratados consultados, el que allí hubiera es probable. Esta flor conocida y
apreciada ya en el antiguo Egipto es emblemática en el mundo religioso y
literario del subcontinente asiático. Tanto en el seno de la cultura budista
como en la hinduista.
FLORES
MEJOR QUE CIRIOS
Vuelvo a las flores.
Advierto complacido que en santuarios o en solitarias imágenes que uno
encuentra por los campos del Señor, muchos depositan como signo de adoración o
devoción cirios o lámparas votivas. Repito que admiro el gesto, ahora bien a mí
me gusta más ofrecer al Jesús-Eucaristía, presente en el sagrario de mi
iglesita, y en todos los sagrarios, cualquier ramito de flores silvestres que
encuentro. Muy cerca de la iglesia del Montanyà brota
cada año una orquídea (Himantoglossum robertianum) la dejo abrirse y lucirse unos cuantos días,
aunque sé que nadie la mirará, después la pongo junto al sagrario, acompañando
su estatura a las otras diminutas que encuentro por los caminos o entre la
hierba. La que aparece puntualmente a pocos metros de mi casa, a esta la dejo
hasta que se mustia por sí misma. Cada vez, las muchas veces que paso, la
contemplo y agradezco a Dios que me la conserve y ofrezca. La llamo yo, para
mis adentros y sin que nadie lo sepa, la orquídea del buen Dios, y contenta mi
vida, sin suponer gasto ni molestias. Así son los dones del Señor.