Clericarismo
(1)
Padre Pedrojosé
Ynaraja
El
Papa se ha referido en varias ocasiones a este fenómeno eclesial. Empezó
refiriéndose a los trepas. Tiene uno la impresión de que nadie se dio por
aludido. Leí un aforismo vigente todavía: cuando vas por la carretera, siempre
piensas que los faros del que viene en sentido contrario al tuyo deslumbran
mucho más que los del coche donde vas.
Otro.
Colarse en las filas es tentación común y manifestación del trepa, en los
escalafones del mundillo eclesiástico.
Inundados
como estamos de las denuncias de pederastia clerical, cargadas de mucho morbo,
se acalla la advertencia del Papa que amonesta que uno de los males de la
Iglesia que se deben extirpar de inmediato, es el clericalismo.
Uno
se pregunta ¿qué es el clericalismo? No me atrevo a dar una definición.
Divagaré desde dos perspectivas.
Cuando
hace 62 años me preparaba yo para la ordenación al presbiterado, hube de pasar
por ciertos requisitos. Uno de ellos, muy curioso, declarar bajo juramento que,
pese a haber nacido fuera del territorio de la diócesis, mi propósito era
permanecer en ella. No me costó, sinceramente lo deseaba. E indico que el
superior que me ofreció la Biblia para que, puesta mi mano sobre ella, jurara
lo que me he referido, era un sacerdote de indiscutible santidad
Otra
exigencia, ya de mayor calado. Se me acusaba de ser aseglarado. Dicho en
lenguaje equivalente de hoy, mi defecto era no tener espíritu clerical, no
estar inclinado al clericalismo, pienso yo. Me divierte recordarlo, o más bien
agradezco a Dios este don gratuitamente recibido.
Debo
adentrarme ahora en el cogollo de lo que es un clérigo, cosa difícil. Deberé
elevarme a situaciones ancestrales, labor que dejo para la próxima semana.
Acabo con una anécdota. Volvía de Tierra Santa y junto a mí iba un judío.
Iniciamos diálogo amistoso. En un determinado momento le dije que era sacerdote
y él con chusco humor, me preguntó ¿se apellida usted Cohen? Desde aquel día,
siempre que puedo, evito definirme así y declaro: soy presbítero.