El papel de los afectos
Marta Morales
Algunas personas, cuando piensan en la educación,
tienden a considerarla como un saber, por ello se centran en educar la
inteligencia, sin embargo, eso no basta, para llegar a la educación integral
hay que ver la formación como unser. La
educación requiere hábitos de atención a los demás, de concentración en el
trabajo, de digerir éxitos y fracasos, de ––perseverancia, de buen humor, de
abnegación y más. Inteligencia, voluntad y afectos han de crecer juntos, sin
que una facultad aplaste a la otra.
La educación no tiene como objetivo que no nos
afecten las cosas, que no nos importe lo importante, que no nos duela lo
doloroso o que no nos atraiga lo atractivo.
La educación debería ayudarnos a gozar con la
práctica de las virtudes. El objetivo es vencer los malos hábitos –los vicios-,
y ser capaces de gozar en el bien realizado. La virtud consiste en la formación
del buen gusto.
Cuando luchamos no estamos acostumbrándonos a
fastidiarnos, sino aprendiendo a disfrutar del bien, aunque de momento eso
exija ir contracorriente. Se trataría desarrollar el gusto por el buen
comportamiento, y desarrollar el disgusto por el mal comportamiento, como el
robo, que resultará feo, desagradable, discordante con su corazón.
Conocí el caso de dos hermanos a los que no se les
educó bien, entonces disfrutaban destruyéndolo todo: juguetes, artefactos y lo
que tenían entre manos. Para el niño jugar es trabajar, y eso les fascina, pero
hay que encauzar sus juegos para que sean constructivos.
La formación de las virtudes hace que las
facultades y los afectos aprendan a centrarse en lo que puede satisfacer las
aspiraciones más profundas. En última instancia, formarse en las virtudes es
aprender a ser feliz, a gozar de y con lo
grandioso; es prepararse para el Cielo.
Toda educación lleva consigo, también, la formación
de la afectividad. Si las virtudes nos ayudan a hacer el bien
es porque nos ayudan a sentir correctamente. Un joven taxista
me contaba que un día vio a una chica de 18 años caminando por una calle
solitaria, y a su lado caminaba, lentamente, un automóvil con los vidrios
ahumados. Se paró a lado y le dijo:
-“Súbase”.
Ella subió y el taxista preguntó:
-“¿Por qué anda en parajes solitarios?”.
Ella le explicó que no tenía dinero para pagar el
transporte que la conducía de la escuela a su casa, así que él la llevó a su
casa y le regaló un billete de poca monta. Y me decía muy contento:
-“Se siente bien bonito hacer el bien”.
La afectividad ordenada ayuda a hacer el bien
porque ayuda a percibirlo, y a la vez, actuar bien, nos ayuda a ordenar la
afectividad.
No podemos controlar directamente nuestros
sentimientos, pero la voluntad tiene algún influjo sobre ellos. En Ética, el
influjo que la voluntad puede tener sobre los sentimientos se llama político.
Y en esto cada uno debe tener iniciativas para no dejarse llevar de los
sentimientos cuando éstos nos conducen a la destrucción o actuar mal, es decir,
al pecado.
Querer el bien
La lucha ha de apuntar a alcanzar la paz interior,
lo que me quita esa paz no es bueno, pero este proceso es lento. A veces hay
que aguantar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o el cambio de planes,
pero el enemigo muchas veces es el yo que grita: “¡Sólo quiero diversión,
entretenimiento, aunque la paz que tengo sea falsa y vulnerable!”.
Apuntar alto en la formación es proponerse no sólo
realizar actos buenos, sino ser buenos, tener un buen corazón. Si no tratamos
de hacer el bien y todo bien corremos el peligro de que el poder de los fuertes
se convierta en el dios de ete mundo.