El “Amor cortés”, ¿qué es?
Rebeca Reynaud
En la
literatura de la Antigüedad –aprendí en mis clases en la UNAM- , la ilusión
romántica nunca había jugado un papel importante. El amor era tema inexistente
en la inspiración de los poetas. Los héroes de la épica no requerían de una
dama para realizar sus hazañas, más aún, debían prescindir de ella. Los poetas
líricos cantaban a los dioses, a la filosofía, a la patria, a la amistad o al
placer. Pero a inicios del siglo XII las cosas tendieron a cambiar. Mejoraron
las condiciones de vida, surgieron los palacios y las cortes y surgió una
manera nueva de concebir el amor.
Los hombres
comenzaron a pasar más tiempo en la casa y valoraron más a la mujer; surgió una
cultura de vida social hasta entonces desconocida. El trato frecuente de ambos
sexos refinó las formas. La mujer se convirtió en el centro de la vida social;
surgieron los adornos exquisitos y, al menos en la nobleza, comenzó a despuntar
una mentalidad nueva, más refinada: La mujer no era algo que pudiera
conquistarse con el poder ni conservarse por la fuerza. El verdadero amor se
alcanzaba por méritos caballerescos.
Todos estos
factores fueron formando, especialmente en el sur de Francia, el ambiente
propicio para el nacimiento del así llamado “amor cortés”.
El patrono
fue Ovidio con su Arte de amar, de cínico sensualismo libertino,
pero ellos la tradujeron en un amor más bien platónico, aunque no siempre.
Andrés el Capellán escribió El Arte de amar honestamente, escrito
por un pintoresco clérigo. Su objetivo era enseñar a amar a un joven
noble emparentado con el rey de Francia, que deseaba saber cómo comportarse con
las damas, de acuerdo a los cánones que regían su tiempo.
La galantería
debería consistir en rendirle vasallaje a la dama a la que jamás se le
permitiría engañar o maltratar. Escribe Capellán: “El verdadero amante está
siempre absorto en la imagen de su amada”, “a la vista de la amada, el corazón
del caballero debe estremecerse”. No se trataba de un amor entre iguales. La
mujer era la reina del nuevo amor, y a ella le correspondía abrir o cerrar el
corazón. Al caballero le correspondía sufrir de lejos, suspirar, obedecer y ser
paciente. El amante se había convertido en vasallo de la dama.
El caballero
crecía moralmente: el amor hace al flojo, valeroso; al avaro, pródigo; al
triste, alegre, en una palabra, “sólo los merecimientos nos hacen dignos del
amor”, escribía Capellán.
El más grande
de los trovadores franceses del siglo XII y el verdadero entronizador
del amor cortés en la poesía lírica fue Bernard de Ventadour.
Según él, la sola felicidad del trovador era amar, cantando incansablemente sus
sentimientos. En sus sufrimientos el poeta no desesperaba. Perseverada con
paciencia sostenido por el recuerdo de la imagen de la amada. “La mujer, en
cambio, jugaba un rol altivo y resistente. Ante ella el poeta adoptaba un papel
de amante respetuoso y respondía a la arrogancia con la humildad” (Gerardo
Vidal G,Retratos
del Medioevo, España 2008, Rialp, p. 172-173). El
amante debe ser tímido, sufrir y desvelarse por su dama, dándose por satisfecho
con el más ínfimo gesto de benevolencia.
Chrétien de Tours, varón culto y refinado, que
sabía latín, fue el mayor poeta de su tierra y aun de Europa. Redactó una serie
de poemas de caballería inspirado en el rey Arturo y la orden de los caballeros
de la Mesa Redonda. Su obra más representativa fue Lancelot,
donde aparece de nuevo la fórmula del amor cortés –nacida en Francia- combinado
con relatos legendarios de raíz céltica.
Desde Ventadour hasta nuestros días, los temas líricos que
obsesionan a los poetas serán siempre los mismos: el amor idealizado, el deseo
insatisfecho, la queja amorosa y las protestas de eterna fidelidad. Si esto nos
parece natural es porque el amor verdadero es connatural a nosotros y porque,
aun haberlo hecho consciente, nos gusta el mutuo respeto y la fidelidad
Ahora echamos
de menos ese romanticismo pues hemos caído en el extremo opuesto: en el seco y
agudo libertinaje. Nos puede pasar lo que decía Séneca de su ambiente: “Antes
se llamaban vicios, ahora se llaman costumbres”.