MI EXPERIENCIA CON PABLO VI
Lucio del Burgo OCD
Era una mañana del 21 de marzo año 1973. Llegamos al
Aula de las Audiencias en la ciudad de Roma. El lugar estaba a tope. Gentes de
toda raza y lengua. Teníamos entradas especiales y preferenciales porque nos
habían ordenado sacerdotes. El ambiente era muy festivo, incluso asistieron dos
bandas de música. Después de algunas presentaciones, el Papa pronunció el
discurso tradicional. Al final, Pablo VI nos saludó personalmente.
En
mi vida hay dos personas que me han llamado la atención, que he sentido algo
especial cuando me he acercado a ellas, <un
no sé qué> que no podría explicar. Una de ellas es Pablo VI en este
evento que he descrito más arriba. Han pasado muchos años y todavía recuerdo
aquella mañana.
La
verdad es que la personalidad de Juan Bautista Montini ha ejercido en mi vida
cierta atracción. Me encantaban sus discursos, la solemnidad de sus homilías, el lenguaje que usaba. Eran
tiempos de cambios y de reformas, nuevos aires refrescaban el ambiente
eclesial. El magisterio del Papa Montini fue decisivo en estos años. Ahora que
la Iglesia lo eleva a los altares y reconoce su vida ejemplar y su obra, es una
buena ocasión de dar gracias a Dios por el don de su vida y porque abrió las
ventanas de la Iglesia de par en par para que entrara el Espíritu Santo en la
comunidad eclesial.
Termino
con una cita de su primera Encíclica, donde explica lo que va a ser su
pontificado y que a la vez es un retrato de su propia historia. Pablo VI, un
hombre para la paz:
“Ya
desde ahora decimos que nos sentiremos particularmente obligados a volver no
solo nuestra vigilante y cordial atención al grande y universal problema de la
paz en el mundo, sino también el interés más asiduo y eficaz. Ciertamente lo
haremos dentro del ámbito de nuestro ministerio, extraño por lo mismo a todo
interés puramente temporal y a las formas propiamente políticas, pero con toda
solicitud de contribuir a la educación de la humanidad en los sentimientos
contrarios a todo conflicto violento y homicida y favorables a todo pacífico
arreglo, civilizado y racional de las
relaciones entre las naciones” (Ecclesiam suam, n. 4).