El gran valor de
una mujer
Martha
Morales
Una vez, un
famoso profesor llegó al aula, y les presentó a sus alumnos un billete de alto
calibre preguntando: “¿Alguien quiere este billete?”. Todos los alumnos alzaron
la mano. El profesor adoptó un aire misterioso, tiró el billete al suelo y lo
pisoteó tres veces. Luego dijo: “El billete ha quedado maltratado, pero si
alguien lo sigue queriendo, que levante la mano. Se armó un revuelo. ¿A quién
le importaba que estuviera maltratado? ¡Todos seguían queriendo aquel billete!
Luego el profesor lo dobló y escupió sobre él, luego lo hizo bolita.
Quien en
tales condiciones siga queriendo este billete no tiene más que decírmelo y se
lo daré. Todos volvieron de nuevo a levantar la mano.
“Bien, dijo
el orador, ahora ya están en mejores condiciones para saber qué es la dignidad
humana. Cuando el billete estaba limpio y liso, todos lo querían pues valía lo
que decía. Cuando lo pisoteé, seguía valiendo lo mismo, cuando lo maltraté, lo
mismo. Pues así sucede con los seres humanos: pueden ser pisoteados,
humillados, escupidos y maltratados. Hagan lo que le hagan nunca perderá su
dignidad ni su valor. Pase lo que pase ante Dios siempre seremos valiosos e
importantes: infinitamente más valiosos que este billete”.
Juan José
Priego narra otra historia muy antigua: Un hombre se quejaba y gemía ante un
amigo:
- No he
sido bueno, no soy trigo limpio. Tengo pecados que no sé si Dios quiera
perdonarme.
El amigo le
hizo una pregunta:
- Si tu
túnica se rasgara, ¿la desecharías?
- ¡No! Esta
es la única túnica que tengo. Si se rasgara la remendaría y volvería a usarla.
- Si tu
cuidas así tus vestidos, que no son más que paño, ¿crees que Dios no va a tener
misericordia de uno que ha sido creado a su imagen y semejanza?
El primero
sonrió lleno de gozo. Ahora sabía cuál es el valor de la vida humana, y
reemprendió su camino. Estas son historias bellas y profundamente humanas y nos
muestran una realidad: El ser humano puede estar sucio, puede tener el corazón
roto, puede haber pecado obstinadamente, pero no por eso a los ojos de Dios
vale menos. Dios espera nuestro arrepentimiento como el padre que tenía un hijo
pródigo para darnos un abrazo muy grande y lleno de amor.
Hay mujeres
que pueden sentir que valen menos porque ya le dieron la flor al novio. Se
puede luchar por una segunda virginidad, una virginidad renovada: “De aquí en
adelante ya no tendré relaciones sexuales hasta que me case”: Es un buen modo
de empezar, y añadir a eso el pudor en el vestir, la modestia.
La
sexualidad es algo especialmente íntimo. En tanto el amor y la sexualidad están
unidos, lo sexual es profundamente íntimo y objeto de ese pudor especial.
Parece una afirmación inocente, pero no lo es tanto, pues contiene muchos
implícitos resumibles en esta idea intuitiva: el varón y la mujer se relacionan
sexualmente entre sí de modo amoroso y donal, y no apareándose.
Así pues,
el pudor es la regla que preside la manifestación propia o impropia de la
interioridad. En cierto sentido cabe afirmar sin dificultad que es una virtud.
El impúdico suele ser un sinvergüenza, pues no conoce el límite entre lo
decente y lo indecente, entre lo que es oportuno y conveniente mostrar y lo que
no. Para entendernos: lo indecente es intolerable, e incluso ofensivo.
La pérdida
del sentido de la decencia, la incapacidad de percibir el límite de lo
vergonzoso como algo que protege los valores comunes de nuestra sociedad, y que
por eso debe ser a su vez protegido, no puede responder más que a una
debilitación de la interioridad, a una pérdida del valor de lo íntimo, y por
tanto, a un aumento de lo superficial, de lo exterior. Estrictamente esto
significa pobreza, y por tanto aburrimiento. Quien no siente necesidad de ser
pudoroso carece de intimidad, y así vive en la superficie y para la superficie,
esperando a los demás en la epidermis, sin posibilidad de descender hacia sí
mismo. Los frívolos no necesitan del pudor porque no tienen nada que
reservarse. Por eso son tan chismosos; hablan mucho, pero no dicen nada. Viven
hacia fuera. Están desnudos.
La regla
que enseña a ocultar y desocultar lo íntimo embellece
a la persona, porque la hace dueña de sí, la muestra a los demás reservada para
ella misma, orientada hacia su "dentro", y por tanto digna. El pudor
manifestado en las actitudes, vestimenta y palabras permite vislumbrar lo que
aún queda oculto y silenciado: la persona misma. El pudoroso no se ofrece todo
entero, sino que invita a un después donde acontece un desvelamiento, donde
puede darse un diálogo de miradas y palabras que abra una intimidad compartida.
En tanto somos personas con interioridad el pudor regula necesariamente nuestras
relaciones.
Cuando las
palabras se agotan para manifestar el amor, sale espontáneamente el beso pero
éste se reserva –o se debe reservar- para una persona en exclusiva. Algunos
adolescentes salen a besarse sin siquiera conocer al chico, entonces dejan una
pésima impresión en el hombre, que querrá más pero sin valorar lo que se le da.