Las consecuencias de la gracia
P. Fernando Pascual
15-9-2018
El pecado deja huellas: en la
vida personal, en los familiares y amigos, en la sociedad, en la Iglesia, en
todo el mundo.
Esas huellas pueden ser más o
menos profundas: heridas, rencores, vicios, daños duraderos.
También la gracia deja
huellas, mucho más poderosas y decisivas que las huellas que pueda dejar el
pecado.
Porque la gracia, como acción
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, cambia los corazones, limpia los
pecados, rescata a los hijos, promueve el amor.
San Pablo lo dijo de un modo
único en su Carta a los romanos: "En efecto, si por el delito de uno solo
reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en
abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo,
por Jesucristo! (...) pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"
(cf. Rm 5,17‑21).
La esperanza cristiana tiene
sus raíces en esta verdad: Dios ha vencido, Dios es omnipotente, Dios es Amor,
Dios actúa siempre en la historia humana.
Por eso, frente a tantos
escándalos, heridas, sufrimientos, pecados, los católicos tenemos una certeza:
la Pascua representa la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.
No hay, entonces, motivos para
el desaliento. Quien acoge a Cristo, quien lo proclama como su Salvador, quien
se deja curar por la misericordia, vence el mal y permite que el mundo reciba
un baño de esperanza.
Nunca seremos capaces de
apreciar y agradecer lo suficiente las maravillosas consecuencias de la gracia.
Lo que sí podemos hacer es abrirnos confiadamente a Dios para dejarle curar
nuestras heridas, y para que nos guíe, desde su ternura de Padre, por los
caminos del amor.