LOGARITMOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Lo estudié hace 70 años y lo poco que
aprendí está en la polvorienta buhardilla de mi memoria. Polvorienta y
telarañosa. Aun así todavía recuerdo progresiones saltarinas, geométricas, y
otras de paso acompasado, las aritméticas. Entre una y otra se establecía una
relación de manera que a los números de la de arriba, posiblemente inmensamente
grandes, se les podía reducir a cifras de proporciones chicas y con tales
operar cómodamente. Las nociones las estudiábamos en libros de texto, las
operaciones mediante un compendio repletos de toneladas de cifras. Recuerdos
inútiles de viejo, se me dirá y no seré yo quien lo niegue.
Los logaritmos nos permitirían operar con
cifras pequeñas, para que al final se consiguiese una cantidad numérica
gigantesca, que, como es de suponer, sorprendía siempre.
Nunca me ha sido útil el tomazo de las
tablas de logaritmos, ahora bien, aquellas nociones, aquellos recuerdos,
resucitan de la oscuridad de mi memoria, para vislumbrar al menos, el valor de
mis actos.
La infinita bondad de Dios que había
preparado para mí inmensas riquezas las redujo a realidades históricas para que
yo fuera capaz de administrarlas. A cada acto mío, pequeño, limitado, le
corresponde una gracia eterna. Debo, pues, dirigir mi vida responsablemente.
Sorpréndase el lector cuando le diga que
estas cosas se me ocurrieron cuando me notificaron que una joven se había
suicidado. Seguramente que nadie le había dicho que su diminuta vida personal,
pequeña en la grandiosidad de la humanidad, poseía valor eterno. Que no debía
encasillarse en sus emociones, en sus experiencias en la pequeñez de su
Smartphone que, probablemente, tecleaba.
Lamento observar a tantos que caminan prisioneras de su móvil, sin ver el paisaje, sin gozar de la belleza de los que pasan, ignorando sus palabras, sin enriquecerse de sus tesoros personales. Resultado de ello, es que se ignora la Esperanza, mal mucho peor que el cambio climático. Quien no tiene Esperanza es indigente. La desesperanza es pecado.