Un gracias a Dios al final de
una etapa
P. Fernando Pascual
16-7-2018
La vida tiene sus ritmos. Con
el clima, con el calendario solar, con los programas escolares, con el inicio o
el final de un contrato.
Al final de un periodo de
tiempo, de un año académico o laboral, de una etapa de la propia vida, vale la
pena hacer un pequeño balance.
Ha habido momentos buenos y
momentos malos, oportunidades y desafíos, cosechas y compras en el mercado.
¿Qué ha dominado durante este
periodo de tiempo? Cada uno, mentalmente, distingue entre lo positivo y lo
negativo, entre lo ganado y lo perdido.
Más allá de lo que pueda decir
una lista, el corazón siente el deber de dar gracias a Dios.
Porque estos meses ha llovido,
han crecido las espigas, han trabajado las abejas, han florecido los almendros.
Porque este tiempo ha habido
pan en la mesa, un poco de alegría compartida y ratos para hablar de aquello
que une a las familias.
Porque la salud, con sus
subidas y bajadas, nos ha permitido llevar adelante proyectos y tareas, visitas
a amigos y conocidos, excursiones y arreglos en el techo.
Porque también estos meses
Dios mostró su paciencia al acogerme tras un pecado, al inspirarme obras
buenas, al enseñarme a ser paciente con el prójimo.
Un tarro de miel, durante el
desayuno, me recuerda el enorme esfuerzo de miles de abejas durante los meses
de flores y cosechas.
Al saborearla, siento la
ternura de un Padre que cuida a los jilgueros y los jazmines, que envía lluvia
sobre malos y buenos.
Es un Padre que nos invita, a
través de tantos gestos, a pensar en el cielo y a reemprender ese camino que
nos conduce a casa. Un camino que nos impulsa a amar a los hermanos y a dejarnos
amar por el Dios bueno.