Caridad oculta
P. Fernando Pascual
12-7-2018
Atender a una persona
necesitada cuando las cámaras filman, cuando los medios observan, cuando la
sociedad aplaude, tiene su valor, porque la persona necesitada recibe ayuda, y
eso siempre se agradece.
Pero si atender a unos porque
los medios observan implica desatender a otros en los que casi nadie presta
atención, entonces se produce un daño serio a la caridad y un riesgo de
convertirla en algo publicitario.
Gracias a Dios, millones de
personas viven la caridad oculta. Esa del hijo que cuida un día sí y otro
también a su madre anciana y con Alzheimer.
O la de los padres y las
madres que hacen milagros para que en casa haya comida y ropa digna para todos.
O la del voluntario que
sencillamente acude a servir a los pobres que los gobernantes descuidan.
La caridad oculta tiene un
valor maravilloso. Porque es evangélica, porque no busca aplausos que pueden
desvirtuarla, porque ayuda sin reflectores.
Se vive así lo que pedía el
Maestro: "Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha" (Mt 6,3).
Es una enseñanza sencilla, que
da a entender la importancia de la limosna y de cualquier obra de caridad:
ofrecer ayuda a quienes la necesitan, sobre todo a los más olvidados.
En un mundo donde las imágenes
corren el peligro de distorsionar la realidad al hacer que nos fijemos en unos
y olvidemos a otros, la caridad oculta, que no aparece en redes sociales ni la
prensa, llega a tantos hermanos nuestros que necesitan bienes materiales,
escucha y cariño...