La pereza,
flojedad o desgana
Rebeca Reynaud
“Queridos jóvenes, no venimos a
este mundo a vegetar, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos
adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella”. Estas
palabras del Papa Francisco en la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud
en Cracovia motivan para hacer proyectos solidarios en zonas necesitadas. El
problema puede ser, más que la falta de tiempo, la flojedad, la desgana.
La pereza es la negligencia, el tedio o el hastío para realizar
actividades sean físicas o intelectuales. Es un vicio capital ya que genera
otros males. Los seres humanos tienden a no malgastar energía si no hay un
beneficio a corto plazo. A los que evitan realizar una actividad que no trae un
beneficio instantáneo se les llama vagos o perezosos. A veces se debe a que
están mal alimentados o padecen alguna enfermedad, pero otras veces se debe a
que no tiene la voluntad fuerte, la debida preparación, les falta un motivo
para hacerlo o no le han encontrado sentido a la vida.
La flojedad es la falta de fuerza física o moral. El perezoso piensa: “no
hagas parado lo que puedes hacer sentado. No hagas sentado lo que puedes hacer
acostado. No hagas mañana lo que puedes hacer pasado mañana”, y así, no
progresa o avanza muy poco.
Un joven que está en la cárcel reflexionó: “Estoy aquí porque mi regla de
vida era hacer lo que me gustaba no lo que me convenía”. El ser humano está
hecho para amar, trabajar y servir, y eso lo hace sentirse pleno.
La tristeza es mala compañera, y puede presentarse con varias facetas:
celos, envidia, acidia, pereza, melancolía, depresión. Si alguien tiene este
tipo de tristeza debe ponerse a trabajar como si no pasara nada.
Lo más valioso que tenemos es el tiempo, si ya lo damos en el trabajo o
en la familia, démoslo con alegría, sino de nada sirve. No podemos atenernos a
lo que “nos toca”, pues muchas veces con esa careta justificamos que nos falten
virtudes, es decir, buenos hábitos.
Hay jóvenes que empiezan los estudios de Secundaria o Preparatoria y
luego los abandonan porque otros los abandonaron, o porque estudiar supone
esfuerzo, tesón, constancia en la asistencia a clases, y no llegan a saborear
las delicias de aprender cosas nuevas, útiles para un futuro próximo o para la
propia capacitación. Las minorías escandalosas dicen ¿para qué estudiar? ¿Para
qué esforzarse? …Esperan un cambio que va a venir, no se sabe de dónde. Tal vez
han perdido la esperanza, que lleva a la acción. La esperanza no es pensar que
algo va a salir bien, sino la certeza de que ese algo tiene sentido.
La pereza intelectual es sencillamente no querer pensar, no poner
esfuerzo para cultivarse y para aprender nuevas cosas. No se trata de memorizar
teorías sino de plantearse si aquello que leo u oigo es verdadero o no lo es.
Se trata de cuestionarse si lo que dice el periódico o el libro es la verdad o
es una manipulación. Hay que atreverse a pensar y a seguir pensando. Hay que ir
a las causas, no a los efectos. Pensar en lo que hacemos: ¿es bueno o malo?,
¿es dañino o benéfico?, ¿por qué lo hago?
En la película El Gladiador se oye este diálogo.
—¿Por qué no me nombras tu sucesor? -, le dice el hijo al emperador .
—Porque para gobernar hacen falta cuatro virtudes: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza, y tú no las tienes.
Esas cuatro virtudes se llaman “cardinales” porque son el quicio donde se
apoyan todas las demás virtudes morales. Santo Tomás de Aquino dice que la
fortaleza consiste en “acometer el bien sin detenerse ante las dificultades”, y
en “resistir los males y las dificultades evitando que éstas nos lleven a la
tristeza”. La esencia de la fortaleza no es vencer dificultades sino obrar el
bien, cueste lo que cueste, y esto es lo que le falta al perezoso porque muchas
veces no tiene ideales.
Decía Séneca que “no nos falta valor para emprender ciertas cosas porque
son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para
emprenderlas”. El hombre es un conjunto de miedos y resistencias que deben ser
vencidas por la virtud de la fortaleza.
Ahora se ve que la juventud tiene un panorama de una sexualidad sin
límites y eso adormece y narcotiza el alma, además disminuye el espíritu
crítico sano.
Un día María Natalia Magdolna –de Eslovaquia
(1901-1992)-, de las Hermanas de Santa María Magdalena, le preguntó a la Virgen
María:
− ¿Qué pecados te duelen más a ti y a Jesús?
− Los dos pecados más grandes son la blasfemia y la pereza para
hacer el bien. El tedio, la pereza está ampliamente extendida en el mundo. Esto
implica la negligencia, la indiferencia ante los deberes. La pereza es el
principio de muchos pecados, tanto del cuerpo como de alma; es una enfermedad
que sólo el amor de mi divino Hijo puede curar. Una vez que el amor de Jesús se
ha encendido, jamás podrá extinguirse…
En el corazón de muchas madres arde el dolor por el estado espiritual de
sus hijos, por su conducta inmoral, por su acedia o acidia. La pereza se llama
acedia cuando se refiere a las cosas de Dios y a los bienes espirituales.
Iniquidad en el diccionario hebreo, significa tener malos hábitos,
hábitos sucios, mala conducta; además, lo que atrae la maldición. Lo sucio
ensucia. La maldad es algo externo. Lo inicuo es más profundo que la maldad,
daña profundamente. Lo inicuo se aprende, se adquiere, no se hereda. La
influencia de la familia es indiscutible pero hay que contar con la libertad de
sus miembros, que a veces se usa mal. La semilla buena cae en tierra buena y da
fruto.
Estamos rodeados por el mal, si dejamos de estar bajo la cobertura de
Dios, el mal nos ataca, nos invade. El mal está actuando. El mal está en el
mundo por la mala decisión del hombre, y le seguimos dando cabida. El demonio
aparece en el Génesis como una serpiente, y en el Apocalipsis como un dragón
con coronas, ¿quién le dio esas coronas? El ser humano le dio poder, que eso
significan las coronas. Cada vez que nos apartamos de Dios le damos poder, le
ponemos coronas. El mal no viene de Dios, viene del demonio y de nuestras
pasiones desordenadas.
Ante nuestra debilidad para hacer el bien está el remedio de la
repetición de actos buenos para adquirir buenos hábitos o virtudes, y también
está el Sacramento de la Reconciliación o Confesión. El Salmo 32, 3-5 (o 31)
dice así: Tu perdón borra nuestros pecados y rebeldías, Mientras no te confesé
mi pecado las fuerzas se me fueron acabando. Tu perdón me llega como una
bendición.
Ahora, una frase de Thomas Chalmers: “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”. ¡Tener un ideal en la vida!