Caminar en la presencia de Dios
Rebeca Reynaud
Tener presencia de Dios es vivir en
conversación con el Señor, tener familiaridad con Él. A Dios le gusta que vivamos en su presencia, tanto es así
que la Biblia enseña que personajes como Abraham, Moisés, Samuel y David fueron
agradables a Dios, y de cada uno se dice: “Caminó en la presencia de Dios”.
Mucha gente no reza porque no tiene
tiempo. Para que el tiempo se multiplique hemos de tener más presencia de Dios.
La persona que ama encuentra siempre tiempo para quien ama.
Si
una gente vive en presencia de Dios capta las necesidades de los que le rodean.
Ve si una persona necesita contar cómo le fue, si debe hablar o escuchar; la
persona que tiene presencia de Dios sabe auto frenarse para no herir; sabe
tener paciencia con aquella persona que no es prudente. Ahora bien, si no hay
amor el problema será que no veremos más que defectos.
La
paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta, decía Santa Teresa de Jesús.
San
Pablo escribía: “sopórtense unos a otros”. Si hay espíritu crítico en nosotros,
hemos de pensar: “No me toca juzgar, sólo Dios juzga”, y ese suspender el
juicio va a ser agradabilísimo a Dios.
Cuando
San Juan de la Cruz quería saber qué tan auténtica era la vida espiritual de
una persona, le hacía una pequeña humillación, si brincaba, veía que le faltaba
mucho. San Josemaría decía: “No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te
humillan y lo llevas por Cristo” (Camino, 594), en armonía con San Juan
de la Cruz.
Hay
que pedirle al Señor la gracia de una percepción más fina de todas sus
delicadezas y de su inmenso amor para con nosotros. Delicadeza extrema en las
bromas. No podemos dar descolones, hacer desaires, ni tener faltas de paciencia
con todos. La venerable Guadalupe Ortiz de Landazuri
decía: Hay que pedirle a Dios lentes de mirar de cerca para descubrir
las virtudes de las personas que nos rodean, y lentes de mirar de lejos para
tener una perspectiva amplia de la labor que hacemos.
Las
oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad de
nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. El Amor
infinito nos ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre,
la locura de la hostia, la locura de la cruz. ¿Cómo corresponderle? Invocándolo
como al mejor amigo, al amigo íntimo, con quien siempre se cuenta; olvidando
las ofensas como si nunca hubieran existido.
San
Juan Pablo II dijo que la Iglesia del futuro era una Iglesia de contemplativos:
profesionistas, sacerdotes, amas de casa, obreros, cocineros, humanistas,
religiosos, etc.
Uno
de tantos modos de tener presencia de Dios es lo que el Señor le dijo a Santa Faustina: “A las 3 en punto, implora mi misericordia, especialmente
por los pecadores y, aunque sólo sea por un breve momento, sumérgete en mi
Pasión, especialmente en mi abandono en el momento de mi agonía. Esta es la
hora de la gran misericordia. En esta hora nada le será negado al alma que lo
pida por mí en virtud de mi Pasión” (Diario 1320).
Muchas
veces Él nos dice: “Piensa en mí, piensa en mí”, y es que amar a Dios es pensar
en Él, es escucharlo. Amar es ante todo vivir para el ser
amado; y él nos ayudará a descubrir todo lo que queda en nosotros de apego y de
búsqueda del propio yo. La capacidad de encontrarlo está en nuestra fe.
La
presencia de Dios es compartir todo con Dios, pedirle ayuda y consejo y
considerar los asuntos en su presencia. La presencia de Dios nos ayuda a alejar
las preocupaciones inútiles o inoportunas. Dios nos podría decir: “¡No pierdas
el tiempo olvidándome! Pensar en mí es multiplicar por diez tu fecundidad”.
El
Señor le dijo a una santa: “Por ningún motivo prestes atención a la difamación
y a las calumnias, porque es parte del plan de mi adversario para que no
escuches mi voz. Lo mismo hicieron con Jeremías, Daniel y Elías”.
Benedicto
XVI escribe: “La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad
impiden la degradación del hombre” (Enc. Deus
caritas est, n. 37).