Sobre las ofensas
P. Fernando Pascual
8-7-2018
Hay ofensas que surgen entre
sonrisas, o acompañadas con miradas de rabia, o desde un tono misterioso de
ironía, o por sorpresa de quien menos lo esperábamos.
La reacción ante las mismas
varía mucho. A veces duelen porque llegan en un mal momento. Otras veces por
venir de quien pensábamos era un amigo. Otras, porque tocan un punto delicado
de nuestro pasado.
Por ejemplo, para quien lucha
contra su dependencia de la cerveza, recibir de un familiar una ironía amarga
sobre el tema puede causar un dolor profundo, sobre todo cuando sufre
tremendamente a causa de su situación.
Otras veces, las ofensas no
hacen tanta mella. Como explicaba san Doroteo de Gaza, una palabra agresiva de
alguien que no resulta importante para uno suele no causar graves daños.
Lo importante, cuando llega
una ofensa, revestida de broma, de insulto, de antipatía o de golpe bajo, es
reconocer que uno no es menos porque le insulten, como tampoco es más porque le
alaben, como recordaba Tomás de Kempis.
Somos lo que somos ante Dios,
añadía ese escritor. Y ante Dios tenemos, ciertamente, muchas cosas que
mejorar. Pero si nos las pide y nos las recuerda es porque nos ama.
Por eso, cuando nos dejamos
corregir por Dios, que indica cuáles son nuestras faltas, sentimos una inmensa
alegría: vale la pena que Él mismo señale nuestros defectos y nos lleve a la
conversión.
Como enseña la Carta a los Hebreos: "Pues a quien ama el Señor, le corrige; y
azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos
os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?" (Hb 12,6‑7)
No ofende quien llama la
atención con cariño. No será gravosa la corrección que nace desde el amor. No
hay lágrimas amargas cuando alguien nos ayuda a mejorar nuestras vidas con la
ternura de un afecto sincero.
Las otras ofensas, las que
llegan de corazones que parecen disfrutar con nuestro dolor, las dejaremos a un
lado. Hay miles de cosas importantes en las que invertir nuestro corazón y
nuestro tiempo.
Bastará con algo de paciencia,
un perdón sincero, y la confianza en Dios, para que pronto superemos el daño
que ciertas ofensas puedan habernos hecho. Y lo ocurrido puede ser un motivo
para cuidar mejor nuestras palabras sobre otros para no ofenderles y para
animarlos en el camino hacia el amor.