La grandeza de la Santa
Misa
Rebeca Reynaud
Si dejamos la Misa del domingo, se va
acabando la vida cristiana en nosotros y en nuestra familia. Dice el Papa Juan
Pablo II: Cuando el domingo pierde su significado fundamental y se subordina a
un concepto secular de fin de semana, dominado por la diversión y el deporte,
la gente se encierra en un horizonte tan estrecho que no es capaz de ver el
cielo.
Vamos a Misa los domingos para dejarnos
encontrar por Dios. No basta ser buenos, porque no es posible serlo sin la
ayuda del Señor (Papa Francisco).
El domingo es día del Señor. No se
trabaja. Sólo podemos hacer una cosa en domingo: hacer el bien al prójimo, pero
no por lucro. ¿Has ganado algo al trabajar en domingo? Se te descontará con
pérdidas en los seis días siguientes.
El domingo inaugura tu cielo, tu día de
fiesta definitivo, donde tendrás esa visión de Dios. El domingo se centra en
Jesús porque celebramos que ha resucitado y está vivo.
Es vital la asistencia a Misa los domingos, porque sin observancia del Domingo no puede haber vida religiosa.Tertuliano decía
a los fieles de su tiempo: “Sin el Domingo no puede haber cristianos”.
Asimismo, entre las preguntas dirigidas a los mártires por sus perseguidores se
distinguía sobre todo esta: “¿Observas el domingo?”, y si la
respuesta era afirmativa ya no se preguntaba más pues en ello se reconocía el
cristianismo. Hoy día, muchos cristianos no saben qué es exactamente la Misa.
Es la renovación del Sacrificio de Cristo en la Cruz, no hay nada más grande
sobre la tierra que la Santa Misa.
En la Misa, los primeros cristianos encontrarían fuerza en medio de la
persecución. Es en la Misa en donde las oraciones de los hombres que están en
la tierra se elevan como incienso para unirse a las oraciones de los ángeles en
el cielo: y son estas oraciones las que alteraron el rumbo de las batallas y
el curso de la historia. Hay muchos ejemplos de personas que hacen
sacrificios para asistir a Misa. En Mozambique, Olivia, una
joven de 24 años, caminaba 4 km. para ir a Misa los domingos. Caminaba con las.
palmas de las manos pues sus piernas no le respondían.
Un grupo de religiosas le consiguió una silla de ruedas. La estrenó el día de
su Bautizo. Es cuestión de fe.
Benedicto XVI comenta que, en principio, puede resultar incómodo
programar la Misa en el domingo, pero es lo que da sentido al tiempo libre, ese
tiempo permanece vacío si en él no está Dios. Para que de la Misa emane la
alegría hay que comprenderla cada vez más profundamente, así se le llega a
amar.
El Papa emérito, Benedicto XVI, también
escribió: En la eucaristía Cristo está realmente presente, es el punto que
pivota toda renovación. Sólo a partir de su espíritu son posibles las
revoluciones espirituales. No es sólo el acontecimiento de un día, sino de la
historia universal en su conjunto, como fuerza decisiva de la que después
pueden provenir cambios. Benedicto XVI está convencido de que la crisis de la
Iglesia se debe al descuido de la liturgia (La Luz del mundo).
San Juan María Vianney, cura rural
francés, predicaba: “Hijos míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía.
¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será
como un grano de polvo delante de una montaña!”. Y continuaba: “Todas las
buenas obras juntas no equivalen al santo Sacrificio de la Misa, porque son
obras de los hombres, y la Misa es la obra de Dios (...) Si el hombre
conociera bien este misterio moriría de amor. Sin la divina
Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”.
“Lo que encontré en mi primera Misa”, relata Scott
Hahn: Allí estaba yo, de incógnito: un ministro protestante de paisano,
deslizándome al fondo de una capilla católica para presenciar mi primera Misa.
Era un día entre semana, en una iglesia que estaba discretamente en un sótano,
“un lugar seguro”, pensé. Quería entender a los primeros cristianos pero no
tenía ninguna experiencia de la liturgia. Me prometí que no me arrodillaría ni
tomaría parte en ninguna idolatría. Me senté en la penumbra Delante de mí había
un buen número de fieles. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente
concentración en la oración. Entonces sonó una campana y todos se pusieron de pié.
Inseguro de mi mismo, me quedé sentado. Como
evangélico calvinista, se me había preparado durante años para creer que la
Misa era el mayor sacrilegio que un hombre podía cometer. La Misa, me habían
enseñado, era un ritual que pretendía “volver a sacrificar a Jesucristo”.Así que permanecía como mero observador.
Sin embargo, a medida que avanzaba la Misa algo me golpeaba. La Biblia
estaba delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! La experiencia fue
sobrecogedora. Permanecía sin embargo al margen hasta que oí al sacerdote
pronunciar las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo... éste es el
cáliz de mi Sangre”.
Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote
alzar la blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un
susurro: “¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!”.
No podía imaginar mayor emoción que la que habían obrado en mí esas
palabras. La experiencia se intensificó un momento después, cuando oí a la
comunidad recitar: “Cordero de Dios... Cordero de Dios... Cordero de Dios”, y
al sacerdote responder: “Éste es el Cordero de Dios...”, mientras levantaba la
hostia.
En menos de un minuto, la frase “Cordero de Dios” había sonado cuatro
veces. Con muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente donde me
encontraba. Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama
Cordero no menos de 28 veces en 22 capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que
describe San Juan al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono
celestial, donde Jesús es aclamado eternamente como Cordero. No estaba
preparado para esto, sin embargo...: ¡estaba en Misa! Todos se marcharon… No me pude mover de
allí en una hora. Cuando bajé a Misa al sótano por curiosidad, no sabía si
había bajado o subido al Cielo, a la Nueva Jerusalén.
Regresaría a Misa al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Cada
vez que volvía, “descubría” que se cumplían ante mis ojos más Escrituras. El
Apocalipsis se me hacía visible, donde describe el culto de los ángeles y los
santos en el cielo. En la capilla oía una comunidad que cantaba: “Santo, Santo,
Santo”. Seguía sentándome en el último banco. Con renovado vigor me sumí en el
estudio de la primitiva cristiandad y encontré que los primeros obispos, habían
hecho el mismo “descubrimiento” que yo estaba haciendo cada mañana.
En una o dos semanas yo estaba atrapado. No sé cómo decirlo, pero me
había enamorado de pies a cabeza, de Nuestro Señor en la Eucaristía. Su
presencia en el Santísimo Sacramento era para mí personal y poderosa. Día a día
presenciaba todo el drama de la Misa, veía la Alianza renovada frente a mis
ojos. Sabía que Cristo quería que yo lo recibiese en la fe, no solamente en mi
corazón, sino también físicamente, sobre mi lengua, en mi garganta, y
totalmente dentro de mi cuerpo y alma. Era esto en lo que toda la Encarnación
consistía. Esto era el evangelio en plenitud. Me volví al Señor en oración:
“Señor, ¿qué quieres que haga?”. Yo estaba completamente desconcertado, cuando
para mi sorpresa, sentí que me respondía: “¿Qué es lo que tú, hijo mío, quieres
hacer?”. ?”. Fue fácil. Ni siquiera tuve que pensarlo dos veces: “Padre, quiero
volver a mi casa. Quiero recibirte a ti, Jesús, mi Hermano mayor y Señor, en la
Santa Eucaristía”. Y hubo como una suave respuesta del Señor: “Yo no te estoy
deteniendo”.
Me sentía en éxtasis. Es imposible describirlo. Entonces recordé que era
mejor consultar primero con la única persona que sí estaba tratando de
detenerme. Bajé las escaleras para buscar a Kimberly, mi esposa...
Scott Hahn se convirtió al catolicismo en la Pascua de 1986.
Conviene leer
lo que el Señor le reveló a Santa Gertrudis la Mayor: “Vuestra
oración es sumamente potente y efectiva durante la consagración en la Santa
Misa -es decir en la elevación-. Cada vez que alzas la vista para contemplar el
Santísimo Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto más”.
Santa Faustina Kowalska narra en
su Diario: Un día Jesús me dijo que castigaría a una ciudad, a la
más bella de nuestra patria. Vi la ira de Dios... En silencio he orado. Después
de un rato Jesús me dijo: “Niña Mía, únete durante la Santa Misa
conmigo y ofrece al Padre celestial la Sangre y heridas mías para desagraviar
los pecados de esta ciudad. Repítelo sin parar durante toda la Santa Misa por
siete días”. Al séptimo día vi a Jesús en una nube blanca, me miró
amablemente y me dijo: “Por ti bendigo a toda la patria”.
La Misa ocupa en la vida de la Iglesia
el mismo lugar central que el Calvario en la obra de la Redención, dice el
Catecismo.
¿Qué es la Santa Misa?... Es un diluvio
de gracias que parte de la Cruz; un Gólgota siempre presente; es Cristo que se
sacrifica incesantemente en medio de nosotros.
El sacrificio del calvario tuvo lugar
una sola vez pero su virtualidad se extiende a la historia entera. En la Misa,
la eternidad se introduce en el tiempo pero no para destruir el tiempo sino
para poner de manifiesto que el tiempo, todo el tiempo, también el tiempo vulgar
está transido de eternidad. Además, la Santa Misa es el más poderoso acto
de desagravio para expiar los pecados. A la hora de la muerte, el más grande
consuelo será las Misas oídas en vida. Ningún poder de la tierra puede darnos
más de lo que recibimos en Misa.