Hacia la meta definitiva
P. Fernando Pascual
8-6-2018
La vida transcurre desde metas
cercanas que nos lanzan hacia metas más lejanas. Surge, entonces, la pregunta:
¿hay alguna meta definitiva?
Porque no podemos caminar como
quien continuamente deja atrás algo ya superado y avanza hacia lo nuevo, sin
que al final un objetivo dé sentido a todo.
Si existe esa meta definitiva,
deberá llenar plenamente las aspiraciones buenas de cada ser humano, además de
permitir que la justicia se haga realidad para todos.
El mundo en el que vivimos
está herido por tantas injusticias, fracasos, enfermedades, frustraciones,
pecados.
Solo si en el horizonte
aparece una meta que ponga todo en su sitio, que premie a los buenos, que
castigue a los malos, que purifique y rescate a los arrepentidos, la vida
tendrá su sentido completo.
La aspiración a una meta
definitiva está unida a la creencia en un Dios que acoja a cada ser humano, que
permita el triunfo completo del bien, que rescate a los que han sufrido tantas
y tantas injusticias.
Mirar hacia la meta y aceptar
el juicio de Dios nos lleva a replantear opciones provisionales que descubrimos
como equivocadas, inútiles, incluso injustas y pecaminosas.
Al mismo tiempo, nos impulsa a
afinar la mente y el corazón para abrirnos a la misericordia, a la justicia, a
la verdad, a la belleza, al amor que da sentido a cada etapa y decisión de
nuestro camino.
Este día está tejido de metas
pequeñas o grandes. Serán dañinas si me apartan de la meta definitiva y me
encierran en el egoísmo de los corazones empequeñecidos. Serán benéficas si me
permiten crecer en el amor a Dios y a los hermanos...