Cuadros

P. Fernando Pascual

 

Una semilla vuela. Aterriza en un techo, se acurruca en una esquina. Un poco de polvo y unas gotas de agua despiertan una corteza que encierra el secreto de la vida. La semilla se abre, la planta empieza un crecimiento rápido, ansioso, atrevido.

 

Allí, en medio de una ciudad, entre el frenesí del tráfico y la prisa de los hombres, el milagro de la vida es capaz de escalar un rascacielos, de conquistar un rincón entre el cemento y el aluminio.

 

Una golondrina gira y gira en una plaza. Bajo ella, hombres y mujeres corren, con prisa, cada quien a su trabajo. Sobre ella, un aire iluminado, un sol que calienta al mundo, mientras los caracoles esperan que llegue la lluvia y los mosquitos revolotean, condenados a ser alimento de los pájaros.

 

Un niño nace. Quedan atrás 9 meses de esperanza. Hasta ahora, la vida estaba “dentro”, escondida en la oscuridad del útero materno. Ahora, fuera, el pequeño descubre un mundo nuevo. Hay que conquistarlo. Y el tiempo pasa...

 

Un anciano camina, lentamente, hacia su lecho. Hace años podía correr, jugar, trabajar, en el mundo de los sanos. Ahora, sobre todo, recibe cariño y da consejos de experiencia.

 

El amor no tiene precio, ni edades, ni miedos. Es, simplemente, amor: querer al otro y dejarse amar. Porque cada uno encierra un tesoro infinito, que sólo puede valorarse plenamente en el cielo, pero ya ahora merece todo nuestro cariño y nuestro tiempo.

 

Las nubes de la tarde se tiñen de violeta. El sol, tal vez viejo, malherido, busca un momento de descanso. En un hospital, hay quien da su último gemido, quien llora al hijo muerto, quien da gracias ante una curación inesperada.

 

En lo alto, brillan las estrellas. Algunas ya no existen, pero su luz nos llega, con muchos años de retraso, como una sonrisa blanca y bulliciosa. Dios, más lejos y más cerca, más arriba y más dentro, sigue amando su proeza.

 

El mundo nos canta que Dios, el Padre, nos quiere. El amor de los esposos continúa su milagro. Y un niño, cuando reza, puede cambiar el corazón más pétreo, y abrir remolinos de esperanza en nuestro mundo viejo y renovado.