La llave para el Cielo

“Alegraos y regocijaos” (8)

Pbro. José Martínez Colín

1)    Para saber

 

Un niño le pidió a su abuelo le contara cosas. El abuelo se entusiasmó, pues siempre buscaba a quien contarle sobre su vida. Se sentó junto a su nieto y le preguntó: “A ver, ¿sobre qué quieres que te cuente?” El nieto muy serio le respondió: “De cuando eras niño y los hombres eran como changos”.

Si deseamos saber quiénes somos, se requiere saber nuestros orígenes. En el origen de todo ser humano está la mano creadora de Dios. Somos creados a su imagen y semejanza. Sin embargo, esa imagen ha sido dañada por el pecado. Misión de cada uno será recuperar esa semejanza: es el camino de la santidad. Y siendo la misericordia uno de los atributos divinos más característicos, mientras más vivamos la misericordia, más nos acercamos a la santidad. El Señor nos invita: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Pero, ¿en qué consiste la misericordia?

El Papa Francisco señala que la misericordia tiene dos aspectos muy importantes: Uno radica en el dar, ayudar, servir a los otros. Y el segundo aspecto consiste en perdonar, comprender.

En su Exhortación Apostólica, el Papa subraya que si sabemos dar y perdonar, reproduciremos “en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente” (“Alegraos y regocijaos”, n. 81).

 

2)    Para pensar

 

Un ejemplo que reúne ambas condiciones de la misericordia las vivió San Pío X en un hecho de su vida. Como sucede en la vida de muchos santos, no faltó quien lo calumniara. Cuando era obispo de Mantua, un comerciante de esta ciudad escribió un impreso con muchas mentiras sobre su obispo. Las personas cercanas al obispo le aconsejaron que lo denunciara ante las autoridades para que recibiera su merecido el difamador. Sin embargo, el futuro Papa les respondió: “Ese infeliz necesita más la oración que el castigo”. Y decidió perdonarlo y no tomar medidas contra él.

Pasó el tiempo, y al comerciante difamador le fue mal en los negocios, tanto que tuvo que declararse en bancarrota, con una gran cantidad de acreedores que se lanzaron contra él. El comerciante se quedó sin nada y con grandes deudas que pagar. Nadie le prestaba dinero, pues no confiaban en él. Entonces el obispo de Mantua mandó llamar a una señora anciana que se dedicaba a obras de caridad. A través de ella le envió anonimamente un sobre con dinero para ayudarle y le dijo: “Dígale que esta cantidad viene de la Señora más misericordiosa, es decir, la Virgen del Perpetuo Socorro”.

Así el futuro San Pío X, a la vez que perdonaba, ayudaba, es decir, vivía la misericordia. Pensemos en qué medida vivimos la misericordia en nuestras circunstancias diarias.

 

3)    Para vivir

 

Jesús promete la felicidad no al que logra vengarse, sino al que perdona y lo hace “setenta veces siete”. Para hacerlo realmente, hay que partir de que nosotros mismos ya hemos sido perdonados.

El Papa Francisco quiso remarcar que, si bien la misericordia no excluye la justicia y la verdad, «ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios». Si vivimos la misericordia, ella es la llave que nos abrirá el cielo.

 

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