Carta a un joven en camino

P. Fernando Pascual

25-5-2018

 

El padre abad quiso continuar su diálogo con aquel joven. Se sentó en el teclado y empezó a escribir.

 

"Te mando un saludo con mi deseo de que sigas bien. Con estas líneas quería volver sobre lo que pudimos dialogar ayer, con la esperanza de ofrecerte una pequeña ayuda.

 

Entiendo que el momento que ahora vives es particular. Por eso no resulta fácil darte consejos, pues solo Dios conoce, plenamente, lo que pasa por tu alma. Acompaño, por lo tanto, este mensaje con una oración.

 

El punto que ahora quisiera subrayar se refiere a tu madurez espiritual. La vida está llena de contratiempos e incertidumbres. Por eso es tan importante aspirar a una estabilidad interior que ayude a afrontar adecuadamente cada nueva situación.

 

Habrá golpes sorprendentes que te llenen de aturdimiento, incluso de temor. La traición de un amigo, un fracaso en los estudios o en el trabajo, tensiones en la familia, la desilusión ante lo que parecía un noviazgo lleno de promesas.

 

Algunos de esos golpes, decididos por uno mismo, se llaman pecados personales. Cuando uno descubre que el egoísmo dominó en su corazón, o la avaricia, o la lujuria, o la envidia, o la soberbia, percibe la propia fragilidad: ha fallado al amor, ha traicionado a Cristo y a los hermanos.

 

Esos momentos de derrota, externa o interna, generan en muchos una gran angustia. ¿Cómo sobrevivir ante tantos contratiempos? ¿Cómo salir adelante en un mundo lleno de insidias? ¿Cómo lograr una existencia hermosa cuando el pecado asoma en tantos momentos de la semana?

 

El miedo al fracaso y a las heridas puede paralizarnos. La inseguridad entra en el propio corazón. ¿Para qué luchar si basta un accidente para hacer que todo salte por los aires? ¿Qué sentido tiene apoyarse en un amigo si mañana puede dejarme abandonado en la cuneta?

 

Al mismo tiempo, uno puede experimentar continuos cambios de humor o deseos contrapuestos. Hoy supone que lo mejor es aceptar aquel trabajo. Mañana siente miedo ante las reacciones de los compañeros de oficina. En pocos días descubre que una tensión familiar pone todo en entredicho.

 

Las dudas generan miedos. Los golpes provocan heridas. Los fracasos personales, especialmente los pecados, pueden llevarnos a la parálisis interior y al repliegue sobre nosotros mismos.

 

En esos momentos, necesitamos volver a lo esencial. Ninguna derrota destruye la fidelidad de Dios. Los hombres pueden fallarnos. Uno mismo puede estar lleno de debilidades. Pero el amor de Dios es constante, su misericordia vence cualquier pecado.

 

Con la mirada puesta en Dios es posible construir sobre roca. Vendrán vientos, lluvias, terremotos, incendios. La casa sigue en pie, porque tiene cimientos indestructibles (cf. Mt 7,24-27).

 

Por eso te invito nuevamente a trabajar en tu vida espiritual, para estar listo a tantas cosas que pueden ocurrir (y que nunca llegamos a enumerar de modo completo), pero sobre todo para que llegues a tener la fortaleza propia de quien cree, espera y ama.

 

Los golpes no faltarán. Las derrotas dejarán sus cicatrices. Pero tu alma habrá encontrado un rincón seguro donde recibir ayuda, donde curar heridas, donde fortalecerte para volver nuevamente a la batalla.

 

No piensen que de la noche a la mañana logramos esta paz y fortaleza interiores. Muchas veces se harán visibles nuestras flaquezas, debilidades, faltas de madurez. Pero si escogemos el camino de Cristo, tendremos recursos insospechados para seguir adelante a pesar de todo.

 

Te deseo de corazón la gracia de vivir muy cerca del Maestro, y también de acudir a su Madre del cielo. Necesitamos, en el camino de la vida, la presencia materna de la Virgen. Ella tiene un toque especial con el que ayudarnos en cada situación, favorable o adversa.

 

Que Dios te bendiga mucho. Seguimos en contacto. Tu amigo y hermano, N.N.".