No trabajes los domingos
Rebeca Reynaud
Vamos a Misa
los domingos para dejarnos encontrar por Dios. El domingo es día del Señor. No
se trabaja. Sólo podemos hacer una cosa en domingo: hacer el bien al prójimo,
pero no por lucro.
Así como Dios
reparte bendiciones especiales sobre las familias y naciones que guardan
fielmente el domingo, también amenaza con severos castigos a los que profanan
este día. La continuidad de esta profanación produce olvido de Dios,
desmoraliza a los pueblos y destruye el cristianismo en las almas (cfr. Ex. Schouppe, “Curso abreviado de religión, o verdad y belleza
de la religión cristiana”).
El Tercer
mandamiento –Santificarás las fiestas- nos manda honrar a Dios con obras de
culto en los días de fiesta. En las fiestas hemos de evitar principalmente el
pecado y todo lo que pueda introducirnos a él. Un taxista comentaba: “Lo que
dejo de ganar al guardar el domingo, Dios me lo repone y de eso doy fe”. Dios
no nos dice qué hacer el domingo sino qué no hacer: trabajar. Y eso supone un
acto de confianza en la providencia de Dios. Dios nos quiere transformar de
siervos en hijos. Al ir a Misa el domingo le demostramos nuestro agradecimiento
y nuestra humildad. Sin Dios no podemos vivir la Ley Moral, su Ley.
¿Has ganado
algo al trabajar en domingo? Se te descontará con pérdidas en los seis días
siguientes. Él hará su trabajo si tú suspendes el tuyo. No basta ser buenos,
porque además no es posible serlo sin la ayuda del Señor.
Dice el Papa
Juan Pablo II: Cuando el domingo pierde su significado fundamental y se
subordina a un concepto secular de fin de semana, dominado por la diversión y
el deporte, la gente se encierra en un horizonte tan estrecho que no es capaz
de ver el cielo.
El domingo
inaugura tu cielo, tu día de fiesta definitivo, donde tendrás esa visión de
Dios. El domingo se centra en Jesús porque celebramos que ha resucitado y está
vivo.
Es vital la
asistencia a Misa los domingos, porque sin observancia del Domingo
no puede haber vida religiosa. Tertuliano (siglo II) decía a los fieles de su
tiempo: “Sin el Domingo no puede haber cristianos”. Asimismo, entre las
preguntas dirigidas a los mártires por sus perseguidores se distinguía sobre
todo esta: “¿Observas el domingo?”, y si la respuesta era afirmativa ya no se
preguntaba más pues en ello se reconocía el cristianismo. Hoy día, muchos
cristianos no saben qué es exactamente la Misa. Es la renovación del Sacrificio
de Cristo en la Cruz, no hay nada más grande sobre la tierra que la Santa Misa.
En la Misa,
los primeros cristianos encontrarían fuerza en medio de la persecución. Es en
la Misa en donde las oraciones de los hombres que están en la tierra se elevan
como incienso para unirse a las oraciones de los ángeles en el cielo: y son
estas oraciones las que alteraron el rumbo de las batallas y el curso de la
historia. Hay muchos ejemplos de personas que hacen sacrificios para asistir a
Misa. En Mozambique, Olivia, una joven de 24 años, caminaba 4 km. para ir a
Misa los domingos. Caminaba con las. palmas de las
manos pues sus piernas no le respondían. Un grupo de religiosas le consiguió
una silla de ruedas. La estrenó el día de su Bautizo. Es cuestión de fe.
Benedicto XVI
comenta que, en principio, puede resultar incómodo programar la Misa en el
domingo, pero es lo que da sentido al tiempo libre, ese tiempo permanece vacío
si en él no está Dios. Para que de la Misa emane la alegría hay que
comprenderla cada vez más profundamente, así se le llega a amar.
El Papa
emérito, Benedicto XVI, también escribió: En la eucaristía Cristo está
realmente presente, es el punto que pivota toda renovación. Sólo a partir de su
espíritu son posibles las revoluciones espirituales. No es sólo el
acontecimiento de un día, sino de la historia universal en su conjunto, como
fuerza decisiva de la que después pueden provenir cambios. Benedicto XVI está
convencido de que la crisis de la Iglesia se debe al descuido de la liturgia
(La Luz del mundo).
San Juan
María Vianney, cura rural francés, predicaba: “Hijos
míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía. ¡Poned todas las buenas obras
del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un grano de polvo delante
de una montaña!”. Y continuaba: “Todas las buenas obras juntas no equivalen al
santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, y la Misa es la
obra de Dios (...) Si el hombre conociera bien este misterio moriría de amor.
Sin la divina Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”.
La Misa ocupa
en la vida de la Iglesia el mismo lugar central que el Calvario en la obra de
la Redención, dice el Catecismo.
¿Qué es la
Santa Misa?... Es un diluvio de gracias que parte de la Cruz; un Gólgota
siempre presente; es Cristo que se sacrifica incesantemente en medio de
nosotros.
El sacrificio
del calvario tuvo lugar una sola vez pero su virtualidad se extiende a la
historia entera. En la Misa, la eternidad se introduce en el tiempo pero no
para destruir el tiempo sino para poner de manifiesto que el tiempo, todo el
tiempo, también el tiempo vulgar está transido de eternidad. Además, la Santa
Misa es el más poderoso acto de desagravio para expiar los pecados. A la hora
de la muerte, el más grande consuelo será las Misas oídas en vida. Ningún poder
de la tierra puede darnos más de lo que recibimos en Misa.