Dios y el amor en familia
P. Fernando Pascual
18-5-2018
Es un anhelo que sigue
presente en millones de corazones: vivir en una familia donde reine el amor. ¿Cómo
lograrlo?
De un modo muy sencillo: si
comprendemos que Dios es Amor, es Trinidad, es donación mutua, entonces acoger
a Dios en la propia familia permite vivir a fondo el amor.
Una familia que deja a Dios
entrar en los corazones sabe rezar. La oración une, da esperanza, consuela en
los sufrimientos, anima al trabajo.
Una familia que vive junto al
Hijo de Dios hecho Hombre acepta el gran regalo de la Redención, se deja
perdonar y aprende a perdonar.
Una familia que puede llamar "Padre"
a Dios experimenta una alegría inmensa ante la llegada de cada hijo, y enseña a
los hijos a amar agradecidamente a sus padres.
Una familia en la que el
bautismo ha marcado a cada uno se deja iluminar por el Espíritu Santo, y entra
así en la misma vida de la Trinidad.
Es maravilloso dejar que Dios
sea el centro de una familia. No se arreglarán todos los problemas, porque la
vida está llena de pruebas. Pero habrá un modo diferente de afrontar cada
asunto: con amor.
Por eso, lo más grande, lo más
serio, lo más hermoso que pueden hacer los esposos, los padres, los hijos, los
demás parientes, es recibir a Dios en sus corazones y entre las paredes del
hogar.
Cada día es una nueva
oportunidad para dejar que Dios entre en casa. La familia, así, recibirá un
consuelo incomparable, y tendrá unos recursos insospechados para crecer en el
amor y para abrirse a los demás.
Que Dios viva en la propia
familia es, en definitiva, uno de los modos más hermosos de acoger el
Evangelio, y de entrar en la gran acción de gracias de quien ha recibido la
bendición de la Trinidad.
"Por eso doblo mis
rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la
tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis
fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior... Amén"
(cf. Ef 3,14‑21).