La mirada en medicina

P. Fernando Pascual

4-5-2018

 

Una mirada dice más que mil palabras. También en el mundo de los hospitales y las consultas, de las inyecciones y de los análisis, las miradas tienen un lugar insustituible.

 

Uno de los peligros del mundo moderno consiste en la despersonalización en la medicina. Si un médico se concentra intensamente en los datos numéricos y en las variables que describen la situación de un paciente, y si apenas le dirige una mirada, ese peligro se hace tristemente realidad.

 

Por eso es importante no limitarse a las informaciones y los números, sino abrir los ojos de la cara y del corazón para vislumbrar qué siente, qué piensa, qué espera, qué necesita esa persona concreta que ahora se pone en manos de médicos y enfermeros en busca de ayuda para sus dolores y sus miedos.

 

La mirada en la medicina ayuda al enfermo más de lo que pueda sospecharse. Una medicina dada fríamente tendrá, si es adecuada, efectos positivos e incluso aliviará dolores serios. Pero a causa de la frialdad carecerá de ese calor humano que resulta clave en cualquier relación humana, también en los hospitales.

 

En un mundo donde los números invaden casi todos los espacios, a la hora de medir la intensidad de la luz, el grado de peligro de la exposición al sol, o incluso la eventual belleza de un atardecer, rescatar el sentido humano de la mirada llevará al médico a encontrarse de un modo nuevo con cada uno de sus enfermos.

 

Es cierto que algunos hospitales están saturados y que los médicos y enfermeros no pueden atender a todos con el tiempo necesario. Pero también es cierto que una mirada puede durar pocos segundos y ofrecer consuelo y ánimos a un enfermo necesitado.

 

La mirada en medicina, como en tantas otras situaciones de la existencia humanas, mejorará cuando los corazones del médico y de quienes ayudan de cerca a los enfermos, estén alimentados con un sentido genuino de cariño, desde el interés por el bien de cada paciente.

 

Ese cariño permitirá vislumbrar, desde las facciones del rostro de un experto, un poco de esa otra mirada que Dios dirige continuamente a cada uno de sus hijos más necesitados, y que llega precisamente gracias a hombres y mujeres que tienen un alma grande y saben sufrir y gozar con sus semejantes.