Sacramentos, neopelagianismo y neognosticismo

P. Fernando Pascual

21-4-2018

 

Entre los muchos peligros que amenazan a los católicos, hay dos que tienen una especial gravedad: el neopelagianismo y en neognosticismo. Ambos amenazan con deformar el verdadero sentido de los sacramentos.

 

¿Cómo entender estos peligros? Lo explica un documento publicado por la Congregación para la doctrina de la fe el 1 de marzo de 2018. El documento lleva como título "Placuit Deo" y fue aprobado por el Papa Francisco.

 

Por neopelagianismo se entiende la tesis según la cual "el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios" ("Placuit Deo", n. 3).

 

Por neognosticismo, en cambio, se entiende la tesis que "presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo" y orientada a "liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre" ("Placuit Deo", n. 3).

 

¿En qué manera estas ideas pueden influir y herir el genuino valor de los sacramentos? Pensemos por ejemplo en dos importantes sacramentos, la Penitencia (confesión) y la Eucaristía, y veamos cómo neopelagianismo y neognosticismo los dañan profundamente.

 

Para un neopelagiano la penitencia no tendría un gran valor, porque para superar los propios pecados bastaría un acto de voluntad que reparase los daños y pusiera nuevamente a la persona en el buen camino. Por su parte, un neognóstico quizá acogería la confesión como un rito que solo vale para confirmar la propia subjetividad sin ninguna referencia a la Iglesia.

 

Por lo que se refiere a la Eucaristía, un neopelagiano llegaría a suponer que el acceso a la misma depende de su voluntad, y que puede comulgar cuando lo desee, aunque objetivamente viva en un pecado habitual que acepta como inevitable. No da ninguna importancia a lo que pueda enseñar la Iglesia sobre este tema, cuando, por ejemplo, indica que los bautizados no podemos acceder provechosamente a la comunión si estamos en pecado mortal.

 

Un neognóstico distinguiría entre su situación objetiva de pecado y sus sentimientos personales buenos. Así, por ejemplo, si viviese con una relación extramatrimonial constante, declararía que no toca a su corazón, que desea encontrarse con Cristo y recibirlo en la Eucaristía, como si su situación no lo colocase fuera de la limpieza interior que Dios produce cuando hay un arrepentimiento sincero, un propósito de enmienda, y se recibe el perdón en el sacramento de la Penitencia.

 

Sabemos que la vida cristiana nunca ha sido fácil, y que no pocos han buscado caminos para presentarla como algo que depende de cada uno, o como algo que se ajustaría a los propios sentimientos.

 

En realidad, la enseñanza de Cristo es clara: nadie puede servir a dos señores (cf. Mt 6,24). Para alcanzar la vida verdadera hay que pasar antes por la conversión y el arrepentimiento (cf. Mc 1,15), y ser acogidos en la Iglesia por quienes el Maestro puso para pastorear a Su Pueblo (cf. Lc 10,16).

 

San Pablo lo explicitó de modo claro al hablar de la Eucaristía: "Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor".

 

Gracias a Dios, contamos con la ayuda continua de la misericordia, que es el tesoro más grande que Cristo ha dejado a su Iglesia. Por eso, si dejamos a un lado el neopelagianismo y el neognosticismo, buscaremos una vida de fe auténtica, profundizaremos en la doctrina católica, y participaremos en los sacramentos como miembros del Pueblo de Dios y según las enseñanzas e indicaciones de nuestros Pastores.