Abrir los ojos al bien
P. Fernando Pascual
21-4-2018
Las semanas, los meses, quizá
los años, transcurren en paz. Hay afecto alrededor, la vida muestra una belleza
acogedora, los acontecimientos parecen favorables.
De repente, el engaño de un
amigo, el inicio de una enfermedad imprevista, un fracaso en los estudios,
llevan a "abrir los ojos".
El mundo desvela, en esos
momentos dolorosos, su cara menos agradable. La vida no era tan bella como uno
la había imaginado.
Ocurre, sin embargo, que esos
momentos llevan a algunos no a "abrir los ojos", sino a cerrarlos.
¿Cuándo ocurre eso?
Cuando tras un fracaso
pensamos que el mundo es traicionero, que no existen auténticos amigos, que la
vida está llena de dolor, hemos cerrado los ojos al bien.
Porque ese mundo en el que hay
tantas espinas también tiene rosas. Porque un amigo traicionero no eclipsa la
realidad de tantos otros amigos buenos.
Ante un momento difícil,
inesperado, doloroso, hemos de hacer un esfuerzo especial para que nuestros
ojos sigan bien abiertos.
Quizá el mal momento ayudará a
algunos a ser menos ingenuos, a moverse con prudencia en un mundo lleno de
insidias y de engaños.
Pero el mal nunca debería
convertirse en un motivo para dejar de agradecer tanto y tanto bien que nos
envuelve, nos anima, nos levanta, nos consuela.
Una situación difícil acaba de
presentarse ante la puerta de mi vida. El dolor llega, inexorable, hasta el
centro de mi alma.
Abro nuevamente los ojos.
Quiero reconocer que a mi lado sigue Dios, Padre de los consuelos. También
están ahí tantas personas buenas que me permiten superar la prueba y
reemprender, con esperanza, el camino de la vida.