Reglas, bienes y
discernimiento
P. Fernando Pascual
7-4-2018
No aparcar en doble fila. No
comer sin lavarse antes las manos. Entregar a tiempo la declaración sobre la
renta. Tener al día el seguro para el coche. Leer un documento antes de inscribirse
en una página de Internet.
Encontramos continuamente
reglas, normas, leyes, mandatos, que configuran el modo de actuar, y que tienen
niveles de importancia menor o mayor. No es lo mismo evitar ruidos al limpiarse
la nariz que respetar el rojo del semáforo.
Las reglas, en sus distintos
niveles, tienen sentido cuando están elaboradas correctamente, cuando sirven
para evitar males o peligros, cuando promueven bienes o mejoras en las personas
y en las sociedades.
Por eso, una regla o ley sería
dañina si ordena algo injusto. Por ejemplo, las leyes que imponen una
segregación racial en la vida pública. O las normas que impiden a una tienda
poner letreros en un idioma usado por una importante minoría.
A la hora de actuar, en
ocasiones experimentamos ciertos conflictos. Si uno no aparca en doble fila, y
no existe otra opción, el hijo que tiene una hemorragia puede agravarse y
entrar en el hospital con graves daños.
Por eso, en muchos pueblos
existe una sana condena del "legalismo" frío, porque ese legalismo,
en vez de promover el bien, lleva a situaciones ridículas, como la de multar a
unos bomberos por haber aparcado en un lugar prohibido mientras apagaban un
incendio...
El mundo antiguo, con
Aristóteles, y el mundo medieval, con santo Tomás, entre otros autores,
explicaron la importancia de un maduro discernimiento para encontrar cuándo el
respeto de una regla promueve el bien y cuándo tal respeto podría ser dañino al
impedir otro bien de mayor importancia.
Enseñar lo anterior nos
apartará del legalismo malsano y nos impulsará a vivir con prudencia y sensatez
en la vida cotidiana. Porque a veces uno puede aplazar una cita "transgrediendo"
la palabra dada si ha descubierto que es mejor visitar a un familiar enfermo en
ese mismo horario...