JESÚS LLEGA

 

La misa se desarrollaba con total normalidad.

Repentinamente ingresa una persona que llama la atención.

En oportunidades suele aparecer por el templo pero nunca como en esa oportunidad.

Sus ropas estaban sucias y mal colocadas sobre su cuerpo.

Todo él era un canto a la desprolijidad y al descuido.

Solamente un poncho, que tenía en una de sus manos, desentonaba con su estado.

Era un poncho limpio, demasiado limpio para el resto de su vestimenta.

Sin decir ninguna palabra fue avanzando hasta quedar frente a los que participaban de la misa y, en ese momento, escuchaban la palabra que se proclamaba.

Del bolsillo de su camisa sacó un par de lentes y se los puso.

Con esos ojos, que no eran los suyos, fue paseando su mirada por todos los presentes.

Cuando hubo terminado de observar a los presentes se quitó los lentes y se sentó en un lugar vacío.

Allí se puso a escuchar las palabras del sacerdote.

Escuchaba con atención y en silencio.

En un determinado momento se puso de pie y caminó hasta ponerse junto al sacerdote.

Con delicadeza apoyó su mano sobre uno de los hombros del sacerdote que intentaba continuar con sus palabras.

Cuando el sacerdote hizo una pausa comenzó él a hablar.

Todo lo suyo era realizado con respeto y tratando de no incomodar.

Debe de haber entendido que aquella pausa era una autorización a que hiciese uso de la palabra.

Habló un momento y, una vez concluido su mensaje, se retiró.

Se marchó de manera imprevista, tal como había ingresado.

El sacerdote debía continuar pero lo vivido era demasiado intenso como para no poder continuar con lo que había estado hablando minutos antes.

La comunidad, también, esperaba algún comentario del sacerdote. Ellos habían sido parte de aquella sorpresa.

Tal vez alguno se molestó con aquella presencia que destrozaba rutinas.

Tal vez para otros fue un momento pero podía permanecer indiferente concentrado en la celebración de la que participaba.

Tal vez alguno, en su interior, sonrió con aquel espectáculo inesperado para todos.

Cada vez que Jesús llega despierta en nosotros reacciones diversas.

Podemos molestarnos porque estamos muy acostumbrados a lo establecido, a lo formal, a lo estructurado.

Podemos permanecer indiferentes puesto hemos logrado encerrar a Jesús en lo sagrado del templo,  en lo venerado de algún libro o en lo piadoso de algunas devociones.

Podemos esbozar una sonrisa interior puesto que cualquier cosa nos divierte porque rompe con lo establecido.

Aquel ser era, sin duda, un trozo de Palabra de Dios que había llegado para dejar un fuerte mensaje para la vivencia de Semana Santa.

Necesitamos reconocer que, cada uno a su manera, puede resultar desprolijo en la vivencia de Jesús.

Necesitamos saber mirar a los demás con unos ojos que no son los nuestros para verles como razones del amor de Dios.

No importa nuestro estado ya que siempre hay un lugar que nos está esperando y es nuestro lugar y no debemos dejar de ocuparlo con dignidad.

Siempre tenemos una palabra muy personal para decirles a los demás.

Siempre podemos acudir a Dios que, como poncho nuevo, nos revestirá de utilidad y libertad.

Jesús llega y debemos saber disfrutar su presencia que nos enseña.

 

Padre Martin Ponce de León S.D.B