Un sencillo examen sobre la
oración
P. Fernando Pascual
26-2-2018
El padre abad lo había
experimentado tantas veces en carne propia. Por eso sintió la necesidad de
compartirlo con un joven sacerdote, al que escribió estas líneas:
"Seguramente se preguntará
cuáles son las señales de que uno va por buen camino en el mundo de la oración.
Hay muchos consejos en libros
magníficos, como los de santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Pedro
de Alcántara, san Francisco de Sales, y otros autores más cercanos a nosotros,
por ejemplo el beato María Eugenio del Niño Jesús.
Quisiera simplemente
compartirle otro consejo que leí o escuché no recuerdo exactamente dónde, y
seguro que es de gran provecho.
Imagine un sacerdote que entra
en una iglesia para rezar. La penumbra le ayuda. El silencio fomenta la paz. El
alma parece volar hacia Dios.
De repente, una persona entra
en esa misma iglesia y enciende unas luces intensas. Al poco rato, otro ahí
presente empieza a toser de modo ruidoso y molesto.
El sacerdote empieza a
incomodarse. El rato de oración, que tanto necesitada, se ve asaltado por
contratiempos.
No pasan cinco minutos cuando
se acerca alguien para preguntar si puede hacerle una consulta.
Nuestro sacerdote imaginario
(muchas veces muy real) responde que está rezando, que espere, que busque a
otro.
Ese sacerdote no acaba de
entender que la oración no es un fin, sino un medio. El único fin al que todo
debería tender es la unión con Dios, que es Amor. Y si uno está unido a Dios,
ama también al hermano.
Por eso, si cuando Ud. empieza
a rezar y es interrumpido, y si entonces experimenta algo de impaciencia, o de
enfado, o de angustia, significa que no ha comprendido que el amor "todo
lo soporta" (cf. 1Cor 13).
En cambio, si la petición de
ayuda y las pequeñas contrariedades no le incomodan, sino que le llevan a
acoger al necesitado, a escuchar a quien pregunta, a atender al enfermo, es
señal de que está unido a Dios. Es decir, es señal de que su oración es de muy
buena calidad".
El joven sacerdote leía el
mensaje y entendía. Porque más de una vez había escuchado aquello de que "el
padre está rezando y no puede recibir ahora a nadie", y le había extrañado
mucho.
Pensó que, ciertamente, un
servidor de Cristo necesita oxígeno espiritual para ayudar a otros, y eso se
consigue en la oración.
Pero también reconoció que "dejar
a Dios por amor a Dios y al hermano" (otra frase que venía de alguien que
el abad no pudo recordar) es parte de ese vivir no pensando en uno mismo, sino
en dar la vida, el tiempo, incluso los gustos espirituales, al servicio de los
demás por amor a Dios...