Imposiciones y humildad evangélica

P. Fernando Pascual

9-2-2018

 

Hay quienes buscan imponer su punto de vista a los demás, como si se tratara de una victoria que demostraría su valor y superioridad respecto de otros.

 

Esto vale para las discusiones: la lucha por la victoria es un modo concreto de "demostrar" que uno sabe más que los demás.

 

Esto vale también cuando se trata de decidir sobre la comida en familia, sobre si convenga abrir o cerrar una ventana, sobre quién tiene precedencia en el tráfico, incluso sobre el modo de usar la pasta de dientes...

 

¿Por qué ocurre esto? En el corazón del ser humano se esconde un deseo por imponerse sobre los demás, que surge no pocas veces desde un sentimiento de inseguridad.

 

De modo más o menos consciente, las imposiciones buscan reafirmar el propio punto de vista, el valor personal, la autoestima, además de conquistar cierta superioridad sobre los que viven cerca o lejos.

 

El Evangelio, sin embargo, presenta un camino antitético al de las imposiciones. El deseo de superioridad debe quedar destruido para ceder el paso al servicio humilde y a la búsqueda del último puesto.

 

"Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20,25-27).

 

Se trata, simplemente, de actuar como Cristo mismo, según lo que explica el siguiente versículo del texto apenas citado: "de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,25‑28).

 

San Pablo recogerá está enseñanza con la mirada puesta en el Señor:

 

"Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo..." (Flp 2,3‑5).

 

En un mundo donde tantos buscan (buscamos, el mal está dentro de cada uno) imponerse y brillar ante los otros, el camino del amor lleva al servicio que desea el bien del otro, incluso a costa de uno mismo.

 

Porque, según la gran enseñanza de Jesús, "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Él dio su vida por nosotros. También nosotros estamos llamados a imitarle, a vivir la belleza del amor de Dios en nuestro caminar terreno...