Ira y enojos destruyen el matrimonio
Martha Morales
De numerosas parejas que pasan por los consultorios, se ve
que muchas parejas están afectadas por la ira y los enojos. La ira es un
verdadero veneno para la convivencia. Si un esposo y su mujer se enfadan con
frecuencia, hacen la relación tan dolorosa y tediosa que acaban por romperla.
La experiencia del enojo es universal. Si el enojo de une a
la razón puede ser más tolerable; pero la mayoría de las veces el enojo está
encaminado hacia la ira, motivada por el deseo de venganza. ¡Y a veces explota!
Esto tiene efectos devastadores en cualquier relación. Es importante que la
gente se dé cuenta que la ira y los arrebatos de enojo no conducen a nada
bueno. A pesar de que el sentimiento de ira es natural, debemos controlarlo y
darle un cauce más sano. No debemos reprender cuando hay ira, hay que esperar a
calmarnos y tomar las cosas serenamente y sin perder los estribos. A veces nos
enojamos por cosas sin importancia que con un poco de elegancia de espíritu
podríamos pasar por alto y callar.
Otras veces se puede usar el buen humor, pero no la ironía,
que muchas veces podría ser el DDT de una relación. Otra cosa que enfada a los
hombres es que la mujer sea una fuente de quejas; es decir, que sea quejica.
A veces nos quejamos demasiado. La persona que logra
desterrar las quejas, deja fuera los pensamientos negativos, y consecuentemente
es más feliz. Cuanto más se queja una persona, más se quejan los que están a su
alrededor.
Unas personas hicieron un experimento: no quejarse durante un
mes. Las quejas contaminan el ambiente. Hay que definir “queja”. Una
queja es un comentario que nos hace sentirnos superados por esa realidad. Hay
acciones para estar un mes sin quejas: entre ellas, está que traduzcamos las
quejas en soluciones. Si hace frío, abriguémonos más, que cada queja vaya
acompañada de una solución. Usemos el “pero” positivo. Si se nos escapa una
queja, añadamos un “pero” que neutralice lo negativo. “No me gustan las
lentejas pero tienen mucho hierro”. Cambiemos el “tengo que” por el “voy a”. En
lugar de “tengo que sacar la basura”, “voy a sacar la basura”. De ese modo
eliminamos una obligación y la transformaos en disposición para la acción.
Luis Vives recuerda que “ni siquiera la animosidad ajena
puede alterar la alegría interior si en el alma reina el amor”. Como se ve, la
fuente de la propia felicidad reside en el interior del hombre, ya que amar y
ser amado es lo único necesario para la plenitud. Y para apuntalar esta
afirmación, el humanista valenciano se pregunta y responde: “Y ¿cómo puede ser
de otra manera, si no es posible que no seas amado si tú amas? Activísima droga
es el amor para ser amado”.
Lo mismo piensa Pedro de Luxán
cuando señala que “por indómito y silvestre que sea un hombre, es imposible que
si ella ama a él, que él no ame a ella; y si por caso no pudiese forzar su mala
condición a amarla, a lo menos no tendría ocasión de aborrecerla”.
Pero la búsqueda del amor del otro sólo tendrá éxito tras el
hallazgo, en el propio corazón, del amor por él. El amor generoso y desprendido
que se alegra de la mera existencia del otro. A la hora de buscar el amor
correspondido, bueno sería seguir el consejo que San Juan de la Cruz daba a la
madre María de la Encarnación: “a donde no hay amor, ponga amor, y sacará
amor”. Esto implica que, para la mayoría de estos autores, el amor conyugal sea
excluyente. El hombre debe amar a su mujer con exclusión de todas las demás; y
la mujer, como es lógico, deberá hacer lo propio con su marido; y esto es así
porque ambos son seres en busca de una unidad superior:
Dice el Génesis que el varón, luego que vio a la mujer hecha
a su forma y semejanza, comenzó a amarla con exclusión y le dijo: éste es hueso
de mis huesos y esta carne de mi carne. Por ella el hombre dejará padre y madre
y serán dos en una sola carne, es decir, se harán una sola cosa.
El matrimonio es la suprema forma de la amistad, que aventaja
en densidad de cariño a cualesquiera otros afectos.
Y, frente a los fallos de uno y otro, se levantan las voces
de tratadistas y escritores que proponen la mejora de las conductas, el
desarrollo de las virtudes como vía que posibilite el gobierno de la propia
condición, en aras del acuerdo de voluntades entre los esposos, y en orden
también a la realización de los objetivos que les son comunes: la crianza y
educación de los hijos, el gobierno de la familia y la administración de la
hacienda y, en suma, la respectiva felicidad de los esposos.
La familia ha sido y debe seguir siendo un referente
fundamental de estabilidad para la persona y de cohesión social. Debe mantener
sus funciones esenciales para afrontar problemas como la drogodependencia, la
depresión y el estrés a que parece abocar buena parte de nuestra sociedad; las
situaciones de pobreza y de exclusión social, etc.
La historia de los matrimonios nos dice que, cuando hay
solidez y cualidades en ellos, hay serenidad. Como señaló Regine
Pernoud, la Historia no aporta soluciones pero ayuda
a plantear bien los problemas, y todo el mundo sabe que un problema bien
planteado está ya medio resuelto.