Deseos, entre daños y beneficios

P. Fernando Pascual

26-1-2018

 

Todo deseo se orienta a su propia victoria. Si tengo sed, el deseo empuja a beber. Si tengo curiosidad sobre un tema actual, el deseo me lleva a buscar informaciones en la prensa o en internet.

 

Tras satisfacer un deseo, experimentamos consecuencias de diverso tipo. A veces de placer físico, otras de satisfacción espiritual. En otras ocasiones, las consecuencias son de dolor o de cierto reproche.

 

Por ejemplo, tras un deseo de beber, alguien se toma una bebida fría encontrada en la nevera. Era la preferida de la abuela. El placer fue grande, pero a la vez ha surgido cierta pena por haberle quitado algo a otra persona.

 

Continuamente notamos cómo la satisfacción de un deseo no siempre trae consecuencias agradables, porque en nosotros se mezclan niveles de reacción que pueden no armonizarse entre sí.

 

Si vamos más a fondo, para no limitarnos al contento o a la pena que surgen de inmediato tras haber logrado lo deseado, descubrimos que empiezan a producirse beneficios o daños a largo plazo (en la salud, en la casa, en las relaciones).

 

También ocurre que no haber alcanzado un deseo produce daños o beneficios. Por ejemplo, perdimos un tren y nos desanimamos; luego, con el pasar de los minutos, ese tren termina descarrilado: nos salvamos del peligro...

 

En la existencia de cada ser humano el deseo se nos presenta ambivalente en sus resultados. Si, además, tomamos en cuenta la importancia de actuar éticamente, reconoceremos que hay deseos que nos llevan al mal moral y otros que nos orientan a la bondad ética.

 

Mientras recorremos un nuevo día, los deseos llegan y pasan. La mente analiza pros y contras. La voluntad (en su nivel más elevado) es capaz de decir no a deseos egoístas y sí a deseos buenos. Los resultados, a largo plazo, tienen con frecuencia un cierto aire de incertidumbre.

 

Por eso, antes de secundar ese deseo que acaba de surgir en mi interior, vale la pena un momento de reflexión para valorar si me va a mejorar, si sirve para los demás, si me permite vivir más abierto a Dios y al amor.

 

Solo cuando un deseo se integra en el horizonte completo de las ricas y diferentes dimensiones de nuestra condición humana, puede ser juzgado correctamente y orientar éticamente las decisiones.

 

Si pensamos de modo adecuado, escogeremos o dejaremos de lado cada nuevo deseo, con la mirada puesta en la meta más ennoblecedora: la que nos lleva a buscar aquellos bienes que embellecen nuestra existencia terrena y nos permiten avanzar hacia la vida eterna...