Sobre la inmortalidad
P. Fernando Pascual
26-1-2018
La pregunta sobre el sentido
de la vida se une a la pregunta sobre la inmortalidad. ¿Existe algo más allá de
la existencia presente? ¿Nacimos para un tiempo limitado o para la eternidad?
Responder no resulta fácil.
Por eso la duda o la negación abundan entre muchos seres humanos, para quienes
lo único que vale es lo que hagamos en esta tierra.
Para quienes admitimos una
existencia tras la muerte, la inmortalidad está unida a la creencia en un alma
espiritual, indestructible, y de un Dios que explica nuestro origen y nuestra
destinación final.
A la luz de la inmortalidad,
todo lo que decidimos libremente tiene un valor transcendente, no solo para el
bienestar o el sufrimiento de uno mismo y de los otros, sino para lo que luego
comience tras la muerte.
Hablar sobre la inmortalidad
nos pone ante un horizonte de responsabilidades insospechados, como recordaba
continuamente el incansable Sócrates que aparece en varios Diálogos de Platón.
De modo especial, hablar sobre
la inmortalidad permite reconocer que ningún acto bueno queda sin recompensa,
como también ningún acto malo no perdonado queda sin castigo.
La imagen cristiana del Rey
Juez que llega al final de los tiempos y separa a unos de otros desvela la
importancia del mandamiento del Amor y la necesidad de acoger, en la fe, al
Hijo de Dios nacido de la Virgen María.
Será ese Rey quien dará la
sentencia: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (...) En verdad os digo que cuanto
dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de
hacerlo" (Mt 25,40-46).
Cada nuevo día me invita a
asumir, responsablemente, ese gran misterio de la inmortalidad. La actitud
mejor nace desde la fe que acoge y pone a trabajar los dones de Dios, gracias a
"nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho
irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio" (2Tm 1,10).