El padre abad y la donación de
sangre
P. Fernando Pascual
13-1-2018
El padre Jacinto sentía una
felicidad muy grande. Había podido donar sangre en varias ocasiones, y veía
este gesto como un modo hermoso de vivir su amor a los demás.
Después de esperar los meses
señalados por la ley, fue con alegría a dar nuevamente sangre. Le hicieron el
test de prueba. Había un parámetro fuera de la norma respecto de los glóbulos
blancos.
"Nada preocupante",
explicaba el doctor. "Pero conviene esperar un poco de tiempo para ver si
hay algún problema. No será posible hacer la donación por esta vez".
Para el padre Jacinto se
trataba simplemente de esperar unas semanas. Sin embargo, una cierta pena cruzó
por su mente. Los años pasan, la salud es muy frágil. Quizá en el siguiente
intento surgiese otro problema...
El padre abad percibió un poco
de desasosiego en su buen amigo. Cuando fue posible, saludó al padre Jacinto y
le preguntó si pasaba algo. El padre Jacinto explicó la historia. Se notaba una
cierta pena en sus palabras.
El padre abad lo escuchó con
afecto. Algo sabía de esa historia, porque también a él un día le dijeron que
no era posible seguir donando sangre... Por eso, cuando el joven terminó, quiso
ofrecerle unas palabras de aliento.
"Padre Jacinto, Dios nos
concede el don de la salud para ponerla al servicio de su Reino, para ayudar a
los pobres, para consolar a los tristes, para llevar el perdón a los pecadores,
para confirmar en la fe a nuestros hermanos.
Por eso, cualquier cosa que
podamos hacer por otros nos llena de alegría. Pero en ocasiones Dios nos pide
que no realicemos todo lo que desearíamos y que invirtamos nuestras fuerzas,
nuestra mente, incluso nuestra sangre, de otra manera.
Ahora Dios le pide un pequeño
sacrificio, pues sé lo hermoso y plenificante que es
poder dar la propia sangre para el bien de otros. Esta vez la sangre queda en
sus venas. Esa energía conservada podrá invertirse en otras maneras de servir y
ayudar a los demás.
Por eso, en vez de sentir
desilusión o pena, hay que descubrir qué quiere Dios con este resultado del
análisis y con el aplazamiento. Tal vez llegue pronto el momento de donar
nuevamente sangre. Mientras, tenemos tantas oportunidades para rezar, para
ayudar, para amar".
El padre Jacinto miraba las
venas de sus manos, que sobresalían como raíces en ciertos momentos del día.
Por ellas circulaba esa sangre que alimentaba sus células y que le mantenía
activo en los trabajos cotidianos.
Sí: la donación no fue posible
en esta semana, pero siempre hay ocasiones de invertir la vida que Dios nos
otorga en mil maneras de hacer el bien y de difundir el Amor del Padre entre
los hombres.
Sin palabras, el padre abad y
el padre Jacinto caminaron hacia la capilla, con su corazón lleno de gratitud a
Dios, y con oraciones a favor de tantos hermanos que necesitan descubrir la
belleza de la vida recibida gracias a la Sangre del Cordero...