Libertad, decisiones y
consecuencias
P. Fernando Pascual
13-1-2018
Cada acto de libertad inicia
algo nuevo en el mundo. No algo imposible, sino algo que inicialmente podía
empezar a existir.
La libertad nos pone ante ese
amplio horizonte de las posibilidades. Puedo ir a la derecha o a la izquierda,
acelerar o ir más despacio, tomar dos bocadillos con cerveza o uno con un poco
de agua.
Tras las decisiones, empiezan
nuevos procesos. Si escogí ir a la izquierda, tal vez llego tarde y se enfada
un amigo. Los dos bocadillos influyen en mi estado de ánimo y alteran los
resultados de la báscula.
Somos responsables de muchas
de las consecuencias que habíamos (y debíamos) haber previsto. Eso lo perciben
de un modo dramático los gobernantes antes de tomar ciertas decisiones. Pero
también lo experimentamos en la familia, en el trabajo o simplemente al ir de
excursión.
Por eso, a la hora de poner en
marcha nuestra libertad, vale la pena un momento de reflexión ante las opciones
posibles que tenemos por delante. ¿Este acto es bueno y fomenta el bien? ¿O es
malo y puede generar un proceso de consecuencias negativas?
No siempre tendremos claro
todo lo que pueda acontecer. Pero al menos, si asumimos las propias
responsabilidades y deseamos sinceramente hacer lo bueno, valoraremos cada
decisión con la mirada puesta en las consecuencias posibles.
Cada día está lleno de
decisiones. Las opciones pueden ser muchas o pocas. En ocasiones, algunas
resultan especialmente difíciles en un momento concreto de la propia vida.
Lo importante es adquirir esa
prudencia que pide ayuda a Dios y a los amigos buenos para descartar todo
aquello que pueda provocar daños, y para escoger, generosamente, lo que
promueve consecuencias buenas, justas y bellas.