En qué manos estoy
P. Fernando Pascual
21-12-2017
El futuro del mundo, ¿de quién
depende? El futuro de los seres cercanos, mi propio futuro, ¿de quién depende?
¿En qué manos estoy?
En libros, artículos,
conferencias, se repite con frecuencia que cada uno decide su futuro. Entonces
ese futuro estaría en mis manos: yo decidiría lo que pasa y lo que soy.
Sin embargo, la realidad es
mucho más compleja. Porque el futuro escapa al control de los más poderosos y
de los pobres, de los jóvenes y de los ancianos.
Hay siempre algo de
indeterminado en nuestras vidas. Basta un virus o una imprudencia en carretera
para que todo adquiera un giro inesperado.
Entonces, ¿en qué manos
estamos? ¿Podemos controlar de algún modo el futuro? ¿Somos actores que decidimos
nuestra felicidad, o sujetos pacientes que acogemos lo que otros hacen?
En la visión cristiana de la
vida, estamos en manos de Dios, pero también tenemos responsabilidad sobre lo
que hacemos.
Cada uno de los actos
realizados libremente configura mi presente y mi futuro, y el presente y el
futuro de otros (cercanos o lejanos).
Esos actos se unen a un gran
flujo de resultados, en el que convergen las decisiones de otros, los cambios
de viento, las tormentas solares y las picaduras de los mosquitos.
Parece un panorama caótico,
pero en el mismo se teje la providencia de Dios, que es un Padre bueno, que
desea que alcancemos lo mejor en esta vida y en la futura.
Sí, Dios quiere nuestro bien,
aunque mis decisiones o las de otros vayan por caminos equivocados, por culpa
de errores o de pecados que tanto daño causan.
¿En qué manos estoy? En las
manos de un Dios Padre, y en las manos de las decisiones propias y ajenas.
Esas decisiones serán
acertadas y fecundas si busco amar a Dios y a los demás. Esas decisiones serán
dañinas si escojo mi egoísmo y si rechazo lo que Dios me pide.
El tiempo sigue adelante. Cada
segundo tomo decisiones y acojo lo que otros deciden o lo que ocurre desde
fuerzas incontrolables.
Dios Padre mira, espera, ama,
deja actuar. Además, invita a confiar, a pedir perdón, a levantarnos tras una
caída, y a no dejarnos hundir por un fracaso.
Al final, cuando crucemos la
frontera de la muerte, comprenderemos en qué manos tan maravillosas transcurrió
nuestra aventura humana, y lo hermoso que resulta vivir en el amor y para amar.