Misericordia que cura y que
fortalece
P. Fernando Pascual
21-12-2017
La misericordia se ofrece a
todos los pecadores. Surge desde el amor de Dios Padre. Llega al mundo con el
Hijo encarnado. Permanece desde la fuerza del Espíritu Santo.
Esa misericordia ha llegado a
mí de muchas maneras. Tras ese pecado repetido una y otra vez, o después de una
caída imprevista y humillante, apareció ante mí la mano divina.
Dios solo esperaba que el
pecador tomase esa mano. En un gesto de confianza, volvía a ofrecer un Amor que
no tiene límites. Era posible el camino de salvación. Las puertas del
sacramento del perdón estaban, como siempre, abiertas.
La misericordia que llega a
nuestras vidas cura y fortalece. Quien estaba muerto, ha empezado a vivir.
Quien estaba perdido, ha sido encontrado. Quien vivía entre tinieblas ha
recuperado la luz (cf. Lc 1, 79; 15,24-32; Jn 12,46).
Esa es la gran historia de la
Redención. Dios no se resignó a nuestro fracaso. Ha buscado, busca y buscará
mil caminos para que podamos volver a casa. Es Padre, y desea que los hijos
estemos, felices, en el hogar, ya curados de nuestras heridas.
La misericordia, además,
fortalece, porque nos permite reemprender el camino desde la gran experiencia
de un perdón personal. "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no
peques más" (Jn 8,11‑12).
La última palabra de la
historia, lo sabemos, es el Amor. Quien se ha dejado encontrar y ha abierto su
alma, tiene fuerzas para el arrepentimiento y recibe el don inmerecido del
perdón.
El que es perdonado puede
perdonar. Empieza a transformar su vida en un canto de alabanza. Ha acogido un
abrazo inolvidable. Ahora camina, con alegría y confianza, desde la certeza de
un Amor que ha vencido el pecado y la muerte.