CADA
DÍA SU AFÁN
Diario de León
VENID A
LA PAZ
El día 25 de
diciembre de 1965, apenas terminado el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI
dirigía una apremiante llamada a los peregrinos que se encontraban en la Plaza
de San Pedro y a todos los que podían escuchar y acoger su mensaje navideño:
“Os tenemos
que dirigir una invitación, casi una llamada, un grito: ¡Venid! ¡Venid, que
sois esperados! ¡Venid, que sois conocidos, sois amados! ¡Venid, que hay algo
estupendamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!...
Nuestra
invitación se extiende y quiere llegar a todos los hombres, en primer lugar a
aquellos que piensan y buscan. Palabra de Profeta: “Todos los que estáis
sedientos, venid a la fuente; aunque no tengáis dinero, venid” (Is 55,1). Y
después a aquellos que trabajan y sufren. Palabra del mismo Cristo: “Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
El
Papa conocía las dificultades del hombre moderno para creer en Dios, aceptar a
Jesucristo e incorporarse a la Iglesia. Su invitación había de ser más
persuasiva. Y eso, por la afectuosa humildad con que la pronunciaba y por la autoridad
del mismo Cristo, que se nos ofrece como luz y como el pan de la vida. Teniendo
en cuenta las guerras que asolaban algunas partes del mundo, añadía Pablo VI:
“¡Venid! Cristo es para vosotros. ¡Sobre todo para
vosotros, hombres de nuestro siglo!... ¡Venid!
¡Es la invitación a Cristo! ¡Es la invitación a la paz! ¡Cristo es la paz!
¿Comprenderá el mundo algún día la profunda y única relación que compone este
binomio: Cristo y la paz? …
Hombres sabios y hombres poderosos;
hombres jóvenes y hombres que sufrís! Venid al Nacimiento de Cristo; venid y buscad;
buscad y encontrad en el Evangelio, en la buena nueva anunciada por el
Nacimiento, esa humanidad que es indispensable a la prosperidad y a la
paz. Es decir, la ciencia del hombre, el
conocimiento de su verdadera naturaleza y su destino: la ley para el hombre,
que, sobre todas las otras leyes, debe gobernar toda conciencia y toda
comunidad, la ley del amor, es decir, la hermandad, la solidaridad, la
colaboración, la paz”.
Fiel a su deseo de construir la
civilización del amor, pedía Pablo VI que aflorase en el mundo “esa energía
dada al hombre para realizar la empresa, jamás terminada, de aquella
civilización que no ahoga a sus ciudadanos y que no se derrumba bajo la mole y
el peso de su misma grandeza. Esa energía misteriosa que solo la fe nos puede proporcionar”.
El Papa se alegraba de que en aquellos
días de Navidad se había logrado una tregua en la guerra interminable de
Vietnam. Por eso invitaba a todos a construir la paz.
Hoy, a tantos años de distancia,
también nosotros necesitamos la paz y la armonía que sólo Jesús puede
ofrecernos. La paz basada sobre la justicia y florecida en respeto y en
fraternidad entre todos.
José-Román
Flecha Andrés