YUGO SUAVE

 

Los contemporáneos de Jesús solían llamar “yugo” a la carga de enseñanzas que un maestro ponía sobre sus discípulos.

Jesús, según los relatos evangélicos, anuncia que el suyo es un yugo suave.

Todo lo suyo se limita a la vivencia de la “Ley del amor”

Si algo caracteriza a Jesús es su realismo, por lo tanto, no plantea ni un amor utópico o irreal.

Jesús plantea un amor desde nuestra condición de personas y, por ello, no es ni será un amor perfecto sino perfectible.

Lo de Jesús es un amor que responde, siempre, a nuestra realidad humana.

El ser humano posee muchas formas de amar y esas formas nunca podrán ser equiparadas ni homogenizadas.

Nunca el amor paterno o materno será igual al amor filial.

Nunca el amor filial será igual al amor fraterno.

El amor del novio hacia su novia no igual al de un amigo hacia su amiga.

Así podríamos continuar mirando las diversas clases de amor existentes para seguir insistiendo en que cada clase de amor es diverso y valioso.

El amor siempre dice, en cada particularidad, de aceptación y respeto.

Aceptación del otro tal como es, con sus virtudes y con sus defectos.

Aceptación de la realidad actual del otro.

Se ama al otro por lo que es y no por lo que me gustaría llegase a ser.

Respeto por el otro y sus opciones.

Respeto por el otro y sus posturas vitales.

Podemos no compartir pero el que verdaderamente ama, respeta por sobre todas las cosas.

Aceptación y respeto son dos realidades que no pueden estar ausentes en el amor.

Por ello el amor es una realidad concreta y personalizada.

No se ama en abstracto sino con los pies sobre la tierra.

El amor es tan real que se nutre de pequeños gestos que dicen de su existencia.

Son esos pequeños detalles que se guardan como grandes tesoros.

Son esos pequeños detalles que no tienen valor económico pero, sí, muchísimo valor afectivo.

El amor no es mirar, cada uno en una dirección sino intentar mirar ambos en una misma dirección.

El amor es permitir que la otra persona se adentre en vida de otra persona sin condiciones ni imposiciones.

Es descubrir que la otra persona se gana en la vida del otro sin, por ello, desplazar a los ya existentes.

El amor no es exclusividad ni propiedad.

El amor es brindar, al otro, lo mejor de uno dentro de sus posibilidades.

El amor es un prolongado aprendizaje donde conviven los aciertos y los errores.

Jesús no nos pide un amor perfecto sino un empeño por hacer más perfectible lo que se experimenta.

Siempre podemos mejorar nuestra capacidad de amar.

Siempre podemos (y debemos) permitir se amplíe nuestra capacidad de amar.

Amar a todos de la misma manera es un imposible.

Hay seres que nos resultan muy sencillos de amar y otros que, siempre, amarles es un empeño.

Por eso lo de Jesús es un yugo muy suave puesto que es vivir a pleno lo que más nos ayuda a ser personas de verdad.

 

Padre Martin Ponce de León SDB